miércoles, noviembre 25, 2009

Entregue su arma, Bea-Murguía

Para Olga Remedios,
visitante 100.00 que se va
sin su libro.

En ocasiones, me pierde la boca. Treinta y siete años y no he aprendido aún a ser prudente siempre, que es una cosa muy buena. Es parte de mi personalidad, de mi encanto, un humor que corre por mis venas que, todo hay que decirlo, es lo que provoca la lluvia de sujetadores (imaginaria).

El otro día, volviendo de Las Palmas, una azafata de Iberia de mirada almidonada, se acercó, cuando ya estaba atado, encadenado y agarrado firmemente a los brazos de la butaca con toda mi energía, para preguntarme si, realmente, lo que llevaba en aquella funda cilíndrica y alargada era una escopeta.

-- No se permiten armas de fuego en la cabina -me dijo-. Tendría usted que entregármela para llevarla a la bodega... He ido a consultarlo con el comandante.

Tiene su qué la historia. Es como un sueño cumplido: es la primera vez en mi vida que me dicen que entregue las armas.

-- ¡Entregue su arma, Bea-Murguía!- como en las películas, pero en vez de sonar la voz metálica de un megáfono, fue el timbre tembloroso y brillante de unos labios escuetos que no saben si preguntar o callar para siempre.

A punto estuve de seguir con la broma, lo merecía una mujer que tiene que ir a consultar con su jefe que se hace con un pasajero agitanado y sin peinar, aunque con traje, que afirma, en voz alta y con mucha naturalidad, que lleva consigo una escopeta. Si hubiera tenido trazas de moro, habría cundido el pánico, pero no lo pude resistir. Lo dije.

Me pierde la boca. Cuando llegué a la altura de mi asiento, después de la lenta e incierta procesión de miradas por el estrecho pasillo que lleva al 10F, como siempre apuro el momento de embarcar, los maleteros estaban casi llenos. El maletín verde manzana del ordenador cabía sin problemas. El tubo... Mide un metro y medio, más o menos, es de lona negra, como la funda de un arma... Era más difícil de encajar en aquel complejo tetris. La azafata, siempre bien dispuesta, me vio:

-- Es posible que aquí le quepa-, y me señaló un compartimento dos o tres sitios más atrás.
-- ¿La escopeta? -le dije en alto-. No se preocupe. Cabe aquí. Gracias.

Fue enternecedor que, al rato, sus ojos azules me escrutaran con manifiesta inseguridad. Expresaban, claramente, el apuro de una profesional que no tiene más remedio que preguntar una tontería.

-- ¿De verdad es una escopeta?
-- No, no -contesté apiadándome de ella, pero, sobre todo, para zanjar una broma que quiso ser graciosa pero que no tenía ni puta gracia (lo reconozco) y podía, con los tiempos que corren, ponerse fea para el cachondo de turno-. Discúlpeme. Era una broma. Es un cartel.

Debí de ser convincente, porque ni siquiera me hizo enseñárselo. Cuando se fue, una vez más, volví a respirar tranquilo: menos mal que hay seguridad en los aeropuertos.

La tripulación de Iberia, por lo visto, tiene la misma fe en ella que yo.

X.Bea-Murguía (el juego que me está dando el cartel en la seguridad del aeropuerto da para tantas entradas como viajes llevo en avión con él).

2 Comments:

Anonymous Íbero said...

Podías poner el cartel en el blog, que has despertado mi malsana curiosidad infantil.

25 noviembre, 2009 16:50  
Anonymous Anónimo said...

No es nada del otro mundo. Hazte a la idea de una funda negra, cilíndrica, de lona con una tira para colgarla del hombro. Se llama Xpo, pero no encuentro ninguna foto en google.

Javier

27 noviembre, 2009 07:06  

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