Un espacio de libertad
En ocasiones, me pierde la boca. Aunque con los años he conseguido refrenar la húmeda, no son pocas las veces en que, ante la posibilidad de soltar un chiste o de hacer una broma, me olvido de la prudencia autoimpuesta con esfuerzo y disciplina.
El domingo pasado, vinieron a comer a casa mis padres y, aunque en privado reconozco que de vinos sé más bien poco, por quiñar, por ser molesto, por seguir con la broma eterna, a mi padre siempre le doy la tabarra con el asunto, en plan:
-- ¡Saca el vino bueno ya, hombre!- y eso que siempre abre unas botellas cojonudas.
No sé de vinos, insisto, pero es que cuando uno ha probado el bueno, el de verdad, de golpe y porrazo se da cuenta de lo que ha significado el vino malo en su vida.
Esto es casi ya una tradición en mi casa. Mi padre planta una botellaza de vino sobre la mesa y yo suelto por esta bocaza:
-- Ya era hora.
Cuando el sábado por la tarde, en casa de mi hermana Uxía, mis padres aceptaron la invitación a comer a mi casa el domingo, lo que tocaba era darle la vuelta a la chanza:
-- Por fin vas a comer con buen vino- le dije.
-- ¡Ah, pero...! ¿Tienes? -me contestó mi padre siguiendo la misma línea.
-- ¡Por favor! ¡Qué pregunta! Yo siempre tengo una o dos botellas de vino en casa, pero de vino bueno, ¡eh!. Yo no tengo porquerías.
Y es verdad, aunque no compre vino ni en casa tengamos costumbre de abrir una botella en cada comida, cosa que es sanísima, al parecer. Y no hay una razón, sencillamente no lo tenemos en cuenta. Si algún día nos acordamos, porque el menú sea contundente y esté pidiendo a gritos un tintorro bueno, abrimos una botella que, generalmente, como se dice en el argot periodístico, es de trinque.
Bien sea porque hace mucho tiempo que nadie se acuerda de este humilde plumilla [AVISO A NAVEGANTES], bien porque la última vez que se acordaron la botella voló, bien porque cuando me regalan vino, generalmente, lo reparto entre familiares, llegué a mi casa el sábado, bañamosniñospusimospijamasdimosdecenar acostamosaniñosyadormircoñoyahombre! y, sólo por si acaso, se me ocurrió chequear qué vino tenía en casa.
Abrí la puerta del cuartito de debajo de la escalera, ese trastero B que es un tsunami irremediable de cacharros acumulados y...
En ocasiones me pierde la boca: no es que no hubiera vino bueno, es que no había vino en absoluto.
Se plantearon, entonces, dos opciones: 1) invitar a Jesucristo a comer el domingo (aunque es mal día para él); 2) ir al Opencor y pagar por una botella cuatro o cinco eurazos de más por la broma, un impuesto justo, en cualquier caso, para un bocazas.
El vino tenía que ser bueno, así que no podía arriesgarme: había que comprar botellaza de renombre y cara. En el Opencor rechacé con una mirada soberbia todos los caldos que se exponían fuera de la vitrina que está cerrada con llave. De lo que estaba encerrado, a salvo de los manguis, me decanté (¡qué palabra más buena cuando se habla de vino!) por un Viña Tondonia Reserva a casi 23 pavos... Ese Rioja bueno, bueno, color teja, tradicional, con un deje ácido en boca absolutamente delicioso, redondo, complejo, maravilloso... Pruébenlo.
Ya he reconocido que no entiendo de vinos, pero sí sé lo que no me gusta. No me gustan los vinos que tienden a ser zumo de uva y poco más, lo que es tendencia: vinos facilones, de diseño, de polvetes, caldos comerciales que llegan a todo el mundo porque no tienen personalidad. Prefiero mil veces la pitarra, el antiguo vino de Méntrida (Castillo de Escalona), aunque viniera en botella reciclada de fanta de limón, como el de la Santa Cruz de Retamar, provincia de Toledo, antes que este beaujolaisnouveauismo de alta expresión que no sabe a na'.
Esto da para otra entrada: la tendencia actual a lo insulso.
Aunque sea caro. Sigo mi máxima: poco, pero bueno (que es más barato que mucho, pero malo).
He dicho.
Viña Tondonia Reserva, no recuerdo el año, y aquí está mi dinero. Llame al propio para que me abriera la vitrina pero, entonces, Gallardón entró en escena.
-- No puedo vendérselo -me dijo el señor.
-- Aunque no lo parezca -contesté echando mano de la cartera-, soy mayor de edad.
Esto me pasa mucho, por ejemplo, cuando tengo que pedir al camarero que me active la máquina de tabaco (me pasa siempre que el camarero es ciego).
-- Ya, ya... Pero es que, a partir de las diez, la ley prohíbe vender alcohol -y me señaló un cartel que, colgado de las alturas, efectivamente, rezaba que Gallardón, en su tiempo de presidente de la Comunidad de Madrid, redactó este atentado contra la libertad que, a pesar de que no ha conseguido su objetivo (impedir el botellón) a nadie se le ha ocurrido dar marcha atrás. Yo ya ni me acordaba de la ley antibotellón.
-- ¿Y el vino es alcohol?-, primer intento de violar la ley.
-- Sí-, agua.
-- Pero, ¿qué hora es?-, segundo intento de delinquir.
-- Las diez y diez-, agua.
-- (Un silencio que elocuentemente acompañado de gesto consecuente que quería decir "¿y no nos vamos a pasar esta ley absurda por el escrrrrroto?")-, tercer intento.
-- Ya sé que usted no va a hacer botellón...
¡Y él qué coño sabía! ¡Y qué más da lo que yo vaya a hacer con la botella! ¿Quién tiene derecho a decirme a mí lo que puedo o no puedo comprar en una tienda a las 22,10 horas de la noche siempre que sea un producto legal como el vino? A lo mejor sí que voy a hacer botellón, con Viña Tondonia Reserva y unos tacos de jamón de jabugo, no te jode. ¿Y qué? Yo no había ido al Opencor a que me juzgaran, había ido a comprar una puta botella de vino para dar en los morros a mi padre con ella.
-- ...pero es que aunque quiera vendérsela, la caja no lo permite-, agua.
No tenía sentido enfadarme con un pobre señor a las órdenes de una enorme jerarquía de mandamases, que empezaba en Gallardón y terminaba en la caja registradora del Opencor, pero, aún así, me quedó coña en el cuerpo para decir.
-- Pues me iré a un chino a comprarlo- ese espacio clandestino, de libertad real.
Esto es lo que hacemos los jóvenes ante la ley seca.
X.Bea-Murguía (¡viernes!)
El domingo pasado, vinieron a comer a casa mis padres y, aunque en privado reconozco que de vinos sé más bien poco, por quiñar, por ser molesto, por seguir con la broma eterna, a mi padre siempre le doy la tabarra con el asunto, en plan:
-- ¡Saca el vino bueno ya, hombre!- y eso que siempre abre unas botellas cojonudas.
No sé de vinos, insisto, pero es que cuando uno ha probado el bueno, el de verdad, de golpe y porrazo se da cuenta de lo que ha significado el vino malo en su vida.
Esto es casi ya una tradición en mi casa. Mi padre planta una botellaza de vino sobre la mesa y yo suelto por esta bocaza:
-- Ya era hora.
Cuando el sábado por la tarde, en casa de mi hermana Uxía, mis padres aceptaron la invitación a comer a mi casa el domingo, lo que tocaba era darle la vuelta a la chanza:
-- Por fin vas a comer con buen vino- le dije.
-- ¡Ah, pero...! ¿Tienes? -me contestó mi padre siguiendo la misma línea.
-- ¡Por favor! ¡Qué pregunta! Yo siempre tengo una o dos botellas de vino en casa, pero de vino bueno, ¡eh!. Yo no tengo porquerías.
Y es verdad, aunque no compre vino ni en casa tengamos costumbre de abrir una botella en cada comida, cosa que es sanísima, al parecer. Y no hay una razón, sencillamente no lo tenemos en cuenta. Si algún día nos acordamos, porque el menú sea contundente y esté pidiendo a gritos un tintorro bueno, abrimos una botella que, generalmente, como se dice en el argot periodístico, es de trinque.
Bien sea porque hace mucho tiempo que nadie se acuerda de este humilde plumilla [AVISO A NAVEGANTES], bien porque la última vez que se acordaron la botella voló, bien porque cuando me regalan vino, generalmente, lo reparto entre familiares, llegué a mi casa el sábado, bañamosniñospusimospijamasdimosdecenar acostamosaniñosyadormircoñoyahombre! y, sólo por si acaso, se me ocurrió chequear qué vino tenía en casa.
Abrí la puerta del cuartito de debajo de la escalera, ese trastero B que es un tsunami irremediable de cacharros acumulados y...
En ocasiones me pierde la boca: no es que no hubiera vino bueno, es que no había vino en absoluto.
Se plantearon, entonces, dos opciones: 1) invitar a Jesucristo a comer el domingo (aunque es mal día para él); 2) ir al Opencor y pagar por una botella cuatro o cinco eurazos de más por la broma, un impuesto justo, en cualquier caso, para un bocazas.
El vino tenía que ser bueno, así que no podía arriesgarme: había que comprar botellaza de renombre y cara. En el Opencor rechacé con una mirada soberbia todos los caldos que se exponían fuera de la vitrina que está cerrada con llave. De lo que estaba encerrado, a salvo de los manguis, me decanté (¡qué palabra más buena cuando se habla de vino!) por un Viña Tondonia Reserva a casi 23 pavos... Ese Rioja bueno, bueno, color teja, tradicional, con un deje ácido en boca absolutamente delicioso, redondo, complejo, maravilloso... Pruébenlo.
Ya he reconocido que no entiendo de vinos, pero sí sé lo que no me gusta. No me gustan los vinos que tienden a ser zumo de uva y poco más, lo que es tendencia: vinos facilones, de diseño, de polvetes, caldos comerciales que llegan a todo el mundo porque no tienen personalidad. Prefiero mil veces la pitarra, el antiguo vino de Méntrida (Castillo de Escalona), aunque viniera en botella reciclada de fanta de limón, como el de la Santa Cruz de Retamar, provincia de Toledo, antes que este beaujolaisnouveauismo de alta expresión que no sabe a na'.
Esto da para otra entrada: la tendencia actual a lo insulso.
Aunque sea caro. Sigo mi máxima: poco, pero bueno (que es más barato que mucho, pero malo).
He dicho.
Viña Tondonia Reserva, no recuerdo el año, y aquí está mi dinero. Llame al propio para que me abriera la vitrina pero, entonces, Gallardón entró en escena.
-- No puedo vendérselo -me dijo el señor.
-- Aunque no lo parezca -contesté echando mano de la cartera-, soy mayor de edad.
Esto me pasa mucho, por ejemplo, cuando tengo que pedir al camarero que me active la máquina de tabaco (me pasa siempre que el camarero es ciego).
-- Ya, ya... Pero es que, a partir de las diez, la ley prohíbe vender alcohol -y me señaló un cartel que, colgado de las alturas, efectivamente, rezaba que Gallardón, en su tiempo de presidente de la Comunidad de Madrid, redactó este atentado contra la libertad que, a pesar de que no ha conseguido su objetivo (impedir el botellón) a nadie se le ha ocurrido dar marcha atrás. Yo ya ni me acordaba de la ley antibotellón.
-- ¿Y el vino es alcohol?-, primer intento de violar la ley.
-- Sí-, agua.
-- Pero, ¿qué hora es?-, segundo intento de delinquir.
-- Las diez y diez-, agua.
-- (Un silencio que elocuentemente acompañado de gesto consecuente que quería decir "¿y no nos vamos a pasar esta ley absurda por el escrrrrroto?")-, tercer intento.
-- Ya sé que usted no va a hacer botellón...
¡Y él qué coño sabía! ¡Y qué más da lo que yo vaya a hacer con la botella! ¿Quién tiene derecho a decirme a mí lo que puedo o no puedo comprar en una tienda a las 22,10 horas de la noche siempre que sea un producto legal como el vino? A lo mejor sí que voy a hacer botellón, con Viña Tondonia Reserva y unos tacos de jamón de jabugo, no te jode. ¿Y qué? Yo no había ido al Opencor a que me juzgaran, había ido a comprar una puta botella de vino para dar en los morros a mi padre con ella.
-- ...pero es que aunque quiera vendérsela, la caja no lo permite-, agua.
No tenía sentido enfadarme con un pobre señor a las órdenes de una enorme jerarquía de mandamases, que empezaba en Gallardón y terminaba en la caja registradora del Opencor, pero, aún así, me quedó coña en el cuerpo para decir.
-- Pues me iré a un chino a comprarlo- ese espacio clandestino, de libertad real.
Esto es lo que hacemos los jóvenes ante la ley seca.
X.Bea-Murguía (¡viernes!)
13 Comments:
Muy graciosa la anécdota (y la forma de nararrla). El Viña Tondonia también es uno de mis preferidos, pero 23 eurazos por una botella me parece una sobrada. Claro que era el Opencor donde, como bien dices, pagas de sobra el impuesto revolucionario de la compra de urgencia.
Saludos.
En mi caso fue más triste el maestro Diego Chiparras nos invitó a cenar una de sus especialidades mexicanas e intenté comprar uns miserables Coronitas en un VIPs... (por cierto, al final ¿coca-cola light para todos ?)
Gracias, Pedro. Viña Tondonia es un vinazo y lo del Opencor es como es: su negocio son la gente que, como yo, se queda sin leche para el día siguiente y le toca salir casi en pijama a por ella.
Luis, os pasa por eso por hacer botellón con botellines. Al final, el domingo fui a comprar el pan y, en la pastelería Lyon de Tres Cantos, compré un Glorioso (Deportivo Alavés) apañado. El patriarca no se quejó, pero, claro, cuando llegué ya se había chivado de la peripecia mi mujer, así que supongo que se dedicó sólo a paladear su victoria.
Javier
Siempre es más facil castigar a todos que buscar y castigar sólo a los culpables.... :-(
¿Tú también estabas en el ajo de lo de las coronitas? Que gay todo, ¿no?
Javier
No, no.... ese pecado no es mío... :-D
Me refería a que en vez de luchar contra el botellón, que es dificil, prohibimos la venta de alcohol a todos, y (no) solucionamos el problema sin mover un dedo.... que pais.... :-(
Y lo que es peor: tampoco modificamos la ley para dejar las cosas como estaban, ya que esa ley no ha servido para nada.
Javier
Ha servido para acallar algunas conciencias y hacer creer a algunos que "han hecho todo lo que estaba en sus manos".
Sobre vivos, y barriendo para casa, me gustaría recomendarte el 801 de la bodega San Valero de Cariñena. Estoy seguro de que descubrirás que aquella fama peleona que caracterizaba al vino de la tierra de mi madre ha pasado a mejor vida.
A ver si esta Navidad me agencio algunas botellas y las reparto por los madriles.
Ibero Rescatado
Estas cosas pasan. Si sabe al Cariñena turbio, ácido y fuerte, me gustará seguro.
Lo probaré.
Javier
Ahora mismo no me quedan botellas en casa (y de cava tampoco) pero me tendrás que permitir que te regale una y que, al menos, quede como "fondo de emergencia" ante contingencias familiares.
El Cariñena ha cambiado mucho en los últimos treinta años aunque sigue teniendo un componente muy fuerte derivado de las cualidades de la tierra dónde se produce. No es la suavidad del Rioja ni la sobriedad del rivera del Duero, pero sigue siendo el cuerpo, el color, la textura de esos campos.
Me paro que me pierdo y, como me descuide, la ministra del ramo me empapela por hacer apología del alcoholismo y por pervertir a la juventud.
¿Lo de la juventud lo dices por mí? GRacias, salado.
Javier
El domingo era día de apertura comercial, gracias a la sucesora de Gallardón, así que no veo la necesidad de tantas prisas por comprarlo en Opencor.
A todo esto, sin que tenga nada que ver con lo anterior, ¡cómo les gusta a los pijos de PAU del norte o asimilado ir al Opencor! Vaya unas dobles filas para comprar cosas al doble de su precio...
No me había dado cuenta que el post era del viernes; el domingo de apertuta fue el 29, no el 22, que es del que creo que habla el autor...
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