Se acabó el tiempo de los valientes
Cuando, en 1967, el gobierno de Estados Unidos llamó a filas a Muhammad Ali para enviarlo a Vietnam, este se negó a acudir. Alí dejó de hacer gracia y sus baladronadas se apagaron. El considerado mejor boxeador de la historia, campeón del mundo de los pesados, aguantó en el rincón al que fue relegado el correctivo feroz del que fue objeto, el máximo castigo al que puede ser sometido un deportista de 26 años en lo más alto de su carrera: lo apartaron del ring para que se doblegara, con grave perjuicio para él, para su figura y para su popularidad.
Los medios de comunicación, en la hora de la patria, se volcaron en su desprestigio. Ya no era el bocazas que hace reír con sus exageradas soflamas, ni el negro que se daba de hostias contra otro negro para diversión del blanco. Fue condenado a la pena máxima: cinco años de prisión y 10.000 dólares de multa (aunque no entró en prisión); fue desposeído de su título mundial e inhabilitado para el boxeo. La gente, en la calle, le insultaba, le preguntaba si se creía mejor que aquellos patriotas americanos que se estaban dejando la vida contra el Vietcong.
Pero Alí sólo contestó: “Ningún vietnamita me ha llamado negro”, como si quisiera dejar claro que su guerra, la de la libertad y la igualdad de los negros americanos, se libraba en otro campo de batalla.
Tan grave era su delito, aunque hoy todos aplaudamos y comprendamos lo que en 1967 era una acción totalmente contra la corriente de pensamiento imperante en América, que el gobierno de Estados Unidos le ofreció el indulto a cambio de hacerse unas fotos vestido de recluta y unos combates de exhibición para animar a la tropa en Vietnam. Le pusieron en bandeja, como Satanás en el desierto, una guerra light para que entrara por el aro, como si la de Alí fuera sólo una pelea por salvar su pellejo y no algo más, una lucha por la libertad.
Alí, que es el espíritu de la América que yo admiro y no un mono de pelea ni un payaso bocazas de desmesurada lengua y puño, les mandó a la mierda. Pero era el tiempo de los valientes, de los hombres que saben por lo que luchan, que son dueños de sus decisiones y, por tanto, capaces de asumir sus consecuencias contra la opinión establecida, contra las verdades inmutables, como aquella no tan lejana en que todo el mundo creía: la supremacía del blanco, la segregación que relegaba al negro a lo más bajo y peor de la sociedad.
A Alí no lo dejaron volver a pelear hasta 1970, cuando la corte de Kentucky levantó su veto en ese estado, decisión que secundó a los pocos meses la corte suprema del estado de Nueva York, por ocho votos a cero. Quisieron hundirlo, pero, en sus horas más bajas, Ali obtuvo su mayor triunfo.
Tuvieron al mejor boxeador del mundo tres años en el dique seco por no ser negrito obediente, por renegar del cristianismo, por pretender ser un hombre libre, insisto (porque lo dijo él mismo), dueño de su vida y de sus decisiones.
Pero el tiempo de los valientes se acabó. El tiempo en que un tipo como Ali tenía el apoyo incondicional de intelectuales como Bertrand Russel y Norman Mailer, tan alejados del pesebre como vendidos al poder los líderes de opinión de hoy.
Esto ya pertenece al mito de Alí, a la leyenda de las personas que pelearon, hace 40 años, por un mundo mejor para todos. Ahora, aquellos que estaban en aquel lado de la trinchera, a favor de la justicia y de la libertad, se han establecido en el poder y, como tantas veces sucede, ya no les importa tanto si la gente es más o menos libre.
Se les llena la boca con proclamas vacías, pero ponen, por encima de cualquier otro valor aquellos mismos principios irracionales y abstractos contra los que lucharon y los defienden con los mismos medios arrolladores como los que, en su día, usaron para aplastarlos a ellos.
Yo quiero vindicar la vuelta del tiempo de los valientes. ¿Quieren darle un Nobel de la Paz a un negro americano que de verdad lo merezca? Muhammad Ali.
X.Bea-Murguía (flipando con “En la cima del mundo”, de Norman Mailer).
Los medios de comunicación, en la hora de la patria, se volcaron en su desprestigio. Ya no era el bocazas que hace reír con sus exageradas soflamas, ni el negro que se daba de hostias contra otro negro para diversión del blanco. Fue condenado a la pena máxima: cinco años de prisión y 10.000 dólares de multa (aunque no entró en prisión); fue desposeído de su título mundial e inhabilitado para el boxeo. La gente, en la calle, le insultaba, le preguntaba si se creía mejor que aquellos patriotas americanos que se estaban dejando la vida contra el Vietcong.
Pero Alí sólo contestó: “Ningún vietnamita me ha llamado negro”, como si quisiera dejar claro que su guerra, la de la libertad y la igualdad de los negros americanos, se libraba en otro campo de batalla.
Tan grave era su delito, aunque hoy todos aplaudamos y comprendamos lo que en 1967 era una acción totalmente contra la corriente de pensamiento imperante en América, que el gobierno de Estados Unidos le ofreció el indulto a cambio de hacerse unas fotos vestido de recluta y unos combates de exhibición para animar a la tropa en Vietnam. Le pusieron en bandeja, como Satanás en el desierto, una guerra light para que entrara por el aro, como si la de Alí fuera sólo una pelea por salvar su pellejo y no algo más, una lucha por la libertad.
Alí, que es el espíritu de la América que yo admiro y no un mono de pelea ni un payaso bocazas de desmesurada lengua y puño, les mandó a la mierda. Pero era el tiempo de los valientes, de los hombres que saben por lo que luchan, que son dueños de sus decisiones y, por tanto, capaces de asumir sus consecuencias contra la opinión establecida, contra las verdades inmutables, como aquella no tan lejana en que todo el mundo creía: la supremacía del blanco, la segregación que relegaba al negro a lo más bajo y peor de la sociedad.
A Alí no lo dejaron volver a pelear hasta 1970, cuando la corte de Kentucky levantó su veto en ese estado, decisión que secundó a los pocos meses la corte suprema del estado de Nueva York, por ocho votos a cero. Quisieron hundirlo, pero, en sus horas más bajas, Ali obtuvo su mayor triunfo.
Tuvieron al mejor boxeador del mundo tres años en el dique seco por no ser negrito obediente, por renegar del cristianismo, por pretender ser un hombre libre, insisto (porque lo dijo él mismo), dueño de su vida y de sus decisiones.
Pero el tiempo de los valientes se acabó. El tiempo en que un tipo como Ali tenía el apoyo incondicional de intelectuales como Bertrand Russel y Norman Mailer, tan alejados del pesebre como vendidos al poder los líderes de opinión de hoy.
Esto ya pertenece al mito de Alí, a la leyenda de las personas que pelearon, hace 40 años, por un mundo mejor para todos. Ahora, aquellos que estaban en aquel lado de la trinchera, a favor de la justicia y de la libertad, se han establecido en el poder y, como tantas veces sucede, ya no les importa tanto si la gente es más o menos libre.
Se les llena la boca con proclamas vacías, pero ponen, por encima de cualquier otro valor aquellos mismos principios irracionales y abstractos contra los que lucharon y los defienden con los mismos medios arrolladores como los que, en su día, usaron para aplastarlos a ellos.
Yo quiero vindicar la vuelta del tiempo de los valientes. ¿Quieren darle un Nobel de la Paz a un negro americano que de verdad lo merezca? Muhammad Ali.
X.Bea-Murguía (flipando con “En la cima del mundo”, de Norman Mailer).
4 Comments:
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Bravo. Tienes que leer, también, Rey del mundo, de David Remnick.
Fdo: Morman Nailer, trastocado.
Jajajajajajaaj
¿Quién es? ¿Mobutu Sese Seko? En fin, todo escribano echa un borrón, has dicho ¿no?
Lo del Nobel para Alí ha sido una ocurrencia final, pero tiene su sentido, y no creo que dejarse fotografíar con Mobutu antes de su combate contra Foreman en Kinshasa sea un demérito.
En el prólogo del libro de Mailer, Andrés Barba dice que con su victoria en la Corte Suprema, Mohammad Alí se convierto de hecho en el primer objetor de conciencia de la historia.
Puntazo para el Nobel.
PEro su negativa a aceptar una guerra light a cambio de pasar por el aro, de forma que el gobierno pudiera usar su imagen para promocionar el reclutamiento para Vietnam es otro puntazo.
Es otro puntazo.
Podía haber salido indemne, haber seguido boxeando, pero prefirió mantenerse en sus trece aún a riesgo de no poder volver nunca más al ring.
Javier
Morman, pásamelo!
Gracias
Javier
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