jueves, abril 12, 2007

Ande yo caliente

Queridos amigos:

tenía preparado para hoy un gran tema, de mucho calado. Los grandes temas me apasionan, como saben, me atraen las discusión eternas rematadas en colofones que siempre son preludio de otro colofón contundente, entre los que mis preferidos son "y mi padre tiene una moto" y "el mío tiene una pistola".

Sin embargo, el calado físico de la tormenta de ayer alimenta mi alma periodística, me puede la actualidad, vivo para la exclusiva y tengo una muy particular que comienza hace unos días cuando sucedió algo extraordinario, inusual, noticiable: apreté la fregona demasiado fuerte en el escurridor y me cargué el cubo. Y no, Pablo, no estaba fregando la bañera. Esa técnica tuya tan depurada no está permitida en mi casa porque es algo así como dopping doméstico.

-- Cariño, no me eches la bronca, si ya sabes que los hombres no hemos nacido para fregar.

Así que hemos estados unos días sin cubo de fregar. Un incordio considerable, porque la fregona hay que seguir usándola, más con un niño en casa, Rodrigo, que es tan machote que mea más fuera que dentro. ¡Qué orgulloso estoy, coño! Sólo le falta hacerle el elefante a su madre antes de meterse en la ducha.

Los miércoles por la tarde, siempre que me es posible, vamos padre e hijo a la piscina. Desde que soy dueño de mis actos, es decir, desde hace dos o tres años, he seguido el dictado de mi conciencia respecto a gimnasios y piscinas. Soy contrario al culto al cuerpo imperante hoy porque, como dijo aquel gordo del Partido Libertario de Nevada, "mi cuerpo no es templo que no se debe profanar, sino un parque de atracciones". Sin embargo, el niño, erróneamente (pero sólo es un niño), prefiere que le lleve su padre a la piscina porque, de este modo, usamos el vestuario de caballeros. ¡Si lo único bueno de los gimnasios es el vestuario femenino! Un paraíso de Lady Godivas al que, si tuviera un agujerito, todos nos asomaríamos como Peeping Tom. ¡Ay la inocencia!

En todo caso, mientras Rodrigo asiste a su clase de natación, yo aprovecho para sentarme en un banco en la calle a echar un cigarrito y a leer un rato. Tan a gusto. ¡Probablemente, los mejores cuarenta minutos de la semana! Ayer, mientras esperaba fuera, las nubes fueron adquiriendo ese aspecto panzaburra que no hace falta ser el calendario zaragozano para interpretar. En ese prólogo de la tormenta, el viento levanta las hojas como si destapara las cartas de los jugadores y arremolina los ánimos: una parejita de novios que, cuando salí, se besaban con ardor, acabaron tirándose las cacerolas a la cabeza porque ella, en un relámpago de pasión, le llamó tonto a él y él, con un tono muy gutural (de tonto), chispeó pidiendo un poco de respeto. Y allí se liaron ambos, tronando insultos cruzados, hasta que él dijo que ya había pasado una vez por aquello y que nunca más, se levantó airado y se lo llevó el viento, con gran dignidad. Había quedado con un amigote para irse de farra y necesitaba una excusa. Efectivamente, tenía cara de tonto. La chica de borde, pero comprobé luego que ella tenía razón y que él es tonto: cuando salimos Rodrigo y yo, él había vuelto al ojo del huracán y esperaba a su chica con un mohín compungido que nunca puede sustituir, para pedir perdón, ni siquiera a un ramo de flores barato. Chico, no sé, ¿has vuelto para aceptar que eres tonto? Todo apuntaba a que había cancelado la cita con el amigote. Uno que seguro que no miraría por el agujerito del vestuario femenino.

Con la tormenta a punto de estallar (la meteorológica, claro, que en la sentimental ya gorjeaban los pajaritos), Rodrigo y yo fuimos al chino a comprar un cubo para la fregona y un tamagochi (los tienen veldes, amalillos, azules, losas y lojos y son más caros que los cubos de la flegona con esculidol y todo). Fui todo el camino metiéndole prisa, porque veía que el chaparrón nos iba a pillar en plena calle, que nos íbamos a calar hasta el espíritu. Pero no había manera. El tío iba a un paso exasperante, parándose cada dos por tres, retándome, poniendo a prueba mi paciencia.

Iba a llover, sí. Pero collejas.

Finalmente, padre con cubo e hijo con tamagochi, las primeras gotas nos sorprendieron en unos soportales cerca de casa. El niño se paró, por enésima vez, en esta ocasión para darle la vuelta a su chaqueta reversible, ponerse la capucha y seguir tirando de mi paciencia, que en ocasiones alcanza, de verdad se lo digo, dimensiones bíblicas. De los soportales a casa, dos minutos que podían convertirse en diez sin un puto refugio. El viento soplaba ya con fuerza, arrastrando gente que volaba huyendo del inevitable chaparrón y Rodrigo, con toda su pachorra, ante la pesada insistencia de su padre, sentenció:

-- Papá -con tono de persona adulta y razonable- como yo tengo la capucha, aunque llueva, no me voy a mojar.

Ande yo caliente, jódase la gente...

-- Ya, hijo -tratando de ser razonable-, pero tu padre no tiene capucha.
-- Pues ponte el cubo en la cabeza.

X. Bea-Murguía (lógica aplastante).

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7 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Genial, Javier...

No, hombre, tú, no...

Tu hijo, que es un sabio, coño...

A ver si te crees que va a estar para cosas raras...

Y su ritmo andando... el "normal" ¿Qué cuál es ese? El que le pide el cuerpo, coño, impaciente!!

:-)

PD: ¿Qué coño es eso de "hacer el elefante en la ducha" delante de su madre?

Y eso, ¿cómo se hace?

Me lo cuentas luego...

Abrazo

Carlos FG

12 abril, 2007 14:51  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

Anda picarón,

¿no me estarás pidiendo que te haga el elefante esta noche en los baños de la Trattoría?

¡Cómo se nota los solteros!

Te contaré lo que es, pero con luz y taquígrafos...

Javier

El elefante y el purrún-purrún

12 abril, 2007 15:28  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

Perdón, PUTRÚN-PUTRÚN

Javier

12 abril, 2007 15:29  
Anonymous Anónimo said...

No quiero ser muy crítica, ni que me interpretéis como una loca feminista anti-hombres, que no lo soy. Es sólo un tema que, cuanto más toco, más me hace creer que estoy en lo cierto: los hombres carecen del sentimiento de empatía.
Si ya desde pequeños así lo muestran... al final voy a hacer una tesis sobre esto. LOS HOMBRES CARECEN DEL SENTIMIENTO DE EMPATIA.
Lo malo de confirmar esta afirmación, es que al final no nos va a quedar más remedio a las mujeres que aceptar que los hombres carecen de empatía y que es algo que viene de nacimiento (debe ser algún puto cromosoma que no tenéis los tíos... vaya putada, eh! ya os podía faltar el puto cromosoma del cabezoneo, pero no, tenía que ser el de la empatía...). Bueno, pues nada, ajo y agua, que es lo que quería decir Rodrigo: papá, ajo y agua, o te pones el cubo en la cabeza, o te mojas.

12 abril, 2007 20:20  
Anonymous Anónimo said...

Entiendo que estás diciendo que soy un Nexus-6.

Pues espera a ver lo que voy a colgar mañana y te darás cuenta del tipo de empatía que nos mola a los tíos

Besos

Javier

12 abril, 2007 20:26  
Blogger Último Íbero said...

El Putrún-Putrún ¿es una variante del trenecito?

Por cierto, la lógica infantil es la única y verdadera lógica ya que carece de prejuicios. Pero claro eso implica ponerte un cubo en la cabeza de vez en cuando.

12 abril, 2007 21:27  
Anonymous Anónimo said...

A puntito estuve...

Javier

13 abril, 2007 03:31  

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