jueves, febrero 18, 2010

Desventajas de viajar en tren

No voy a ser yo el que tire la primera piedra... ¡Qué coño! ¡Piedra va! Y ojalá acierte en todo el occipucio. España es un país de cobardes: nos encantan las lapidaciones públicas, pero nadie se atreve a ser el primero en pegar el cantazo. Después, sí. Ya en masa, echamos hasta gravilla. Pues yo voy a ser más de tirar la primera piedra y, después, pirarme, que detesto las lapidaciones públicas.

El jueves pasado me lo hice de tren de la bruja, un pasaje de terror que dura las cuatro interminables horas, convexas, frías, aisladas, insomnes, doloridas, incómodas y abstemias que unen Madrid, Albacete y Valencia en el Alaris.

Y las cuatro de vuelta, claro. Desde las 6:30 de la mañana hasta las 18:30 de la tarde, me chupé ocho horas de tren chuchú.

-- ¿Te pongo en turista? -me dijo Carmen, de Excelsior (la agencia) cuando estaba sacando los billetes.
-- De acuerdo -contesté- pero que sea sueca.

El landismo que me puede. Viva Alfredo Landa, coñññño. Carmen se debió de equivocar de asiento porque me puso en turista, sí, pero de Albacete, con barba de tres días y un olor a sobaco mareante. Yo no sé si es mala suerte o estadística. Sin duda, tocamos a más cerdos que turistas suecas por cabeza pero es que ésta no es la primera vez que me quejo del profundo olor a eau de tigre de mi compañero de banquillo y nunca, nunca, nunca me ha tocado la turista sueca.

En el exiguo asiento del vagón de segunda del Alaris que, en verdad, es de tercera porque resulta un auténtico vericueto para el recto, un borraceros, compartí trayecto Madrid-Albacete, hombro con hombro con el abominable hombre de La Mancha (de grasa).

Y sin fumar. Desagradable, es poco.

Detrás de mí, un señor contumaz parecía no aceptar que no hay cobertura para el móvil en el Alaris. Ni gota. Yo no pude conectarme a internet y el no podía hablar con su hija, aunque todos los allí presentes (y con todos, me refiero a todo el tren) nos enteramos de que su hija se llama Gloria, que está sorda como una tapia y que él se encontraba aún en Alcázar de San Juan.

De tal calibre era el griterío, que estuve a punto de volverme y decirle:

-- Cuando llegue usted a Valencia, lleve a su hija al otorrino, porque le ha tenido que oír a usted, pero por la ventanilla del tren.

A mi derecha, absolutamente ajeno (probablemente sordo y sin pituitaria), un goldo de traje azul con raya blanca y manchurrones postmodernos aquí y allá, roncaba con flema atascada en el gañote y babote viscoso y bailón en la comisura del labio la más repugnante sinfonía del sueño eterno. Yo ronco también, de eso no se puede decir nada, pero yo ronco en mi casa y son ronquidos de amor al oído de mi mujer. ¿Verdad, cariño?

Fumar, prohibido. Dormir, imposible, aunque ya estaba medio aturdido. Leer...

Rodeado, mareado, sordo y asqueado, la única opción posible era ponerme los cascos y ver "Walkiria" y digo bien ver, porque oír... Los cascos que te ofrecen hacen daño en la oreja, no se escucha una mierda ni poniendo el volumen a tope, el ronkman se había venido arriba y Gloria seguía en sus trece.

Cuatro horas... Bueno, el del sobaco se bajó en Albacete. Por lo menos, desde allí a Valencia pude leer un rato. ¿Saben cuánto personal de Renfe pasó por el vagón en ese tiempo? ¿Saben cuántos empleados de Renfe se acercaron al de atrás para decirle que se fuera a la plataforma si quería berrear por el canuto?

CERO.

Eso sí. Yo, sin fumar.

Y la vuelta... La vuelta lo mismo, sólo que la peli fue "Apaloosa" y esta vez ya ni se veía, entre el reflejo de la ventana y un monitor en mal estado. Casi mejor, porque para lo que hay que ver. A la vuelta, además, me encontré al entrar en el vagón con que un señor había tomado posesión de mi sitio, de mi ventanilla, la que me correspondía a mí porque yo había pedido explícitamente.

¿Saben ustedes cuántos empleados de Renfe se acercaron a decirle al señor que estaba ocupando un sitio que no era el suyo? ¿Acaso soy yo el que se tiene que enfrentar con él? Porque a lo mejor es un señor educadísimo, se disculpa y aquí paz y después gloria (¡GLORIA! ¡GLORIA! ¡QUE NO HE LLEGADO! ¡QUE NO...! ¡QUE ESTOY EN ALCÁZAR DE SAN JUAN!). Pero, a lo mejor no. A lo mejor es un energúmeno. Yo no voy a hacer nada para averiguarlo. Permanecí de pie hasta que el tren salió de la Estació del Nord.

Por suerte, como el tren iba medio vacío, yo pude ocupar otro asiento, en ventanilla, sin molestar a nadie y sin tener que enfrentarme con nadie. Otra cosa es que en Albacete hubiera llegado un viajero y, con toda legitimidad, me hubiera dicho que estaba ocupando su sitio. Entonces, ¿qué? No sucedió, por suerte, pero yo no me quedé tranquilo hasta que el tren arrancó.

Eso sí, lo otro no falta en ningún tren. Son cuatro horas de vuelta, sin olor a sobaco, gracias a Dios, pero con mancuentros por todos lados. Estos no fallan nunca. Siempre a gritos. Dan ganas de poner un cártel:

-- No sé si su interlocutor será sordo, pero yo no. No hay cobertura. No grite, por favor, que los demás no tenemos la culpa. Sí, los demás, ¿se ha dado cuenta usted de que también estamos aquí?

Eso sí. Yo, sin fumar. Ya sé que un vagón de tercera no es una biblioteca, pero un poco de respeto y un poco de educación, o un empleado de Renfe que la imponga, no estaría mal. Ya no voy a decir un vagón para gritadores por el móvil.

-- Déme un billete para Valencia.
-- ¿Gritador o no gritador?

Y yo sin fumar, leyendo a ratos, pero sin poder concentrarme, pero los empleados de Renfe... Es el colmo de la desvergüenza. Mi asiento estaba en el vagón de cabeza (en el que iba yo sentado, también). Dos empleados de Renfe entraron al menos en dos ocasiones a charlar unos diez minutos con el maquinista. Cuando, pasaban de vuelta, esparcían a su alrededor el agrio olor de quien se acaba de echar un pitillito.

Atender a los pasajeros, no. Pero fumar...

Llegué a Madrid tan cabreado, fui las últimas dos horas rumiando el maltrato que había recibido por parte de Renfe, la mala educación de la gente y la dejación de servicio de los empleados de la compañía y me sentí tan borrego que, a pesar de que estaba cansado, puse una queja.

En la queja expresé, de manera más breve, todo esto y reclamé mi derecho a que Renfe habilite un vagón para fumadores en trayectos largos. Ni Renfe ni el gobierno tienen derecho a decirme lo que yo puedo o no puedo hacer con mi vida. Con un vagón para fumadores, los derechos de los no fumadores no son vulnerados. Sin vagón de fumadores, Renfe y el gobierno deciden por mí durante las horas que dure el trayecto. Madrid-Santiago de Compostela, en Talgo, son más de siete horas. Este trayecto, también lo he sufrido, sólo que el padre de Gloria se encontraba en Medina del Campo.

Esas siete horas son mías, ni de Renfe ni del gobierno. Y, alguno de ustedes dirá:

-- ¿Y por qué un empleado de Renfe tiene que aguantar el humo del tabaco de los fumadores en su lugar de trabajo? (Léase con tonillo agudo, repipi y boca-chancla).

Primero: visto lo visto, el tren es todo menos un lugar de trabajo.
Segundo: los empleados de Renfe brillan por su ausencia y no tiene por qué ser más frecuenta en un supuesto vagón de fumadores.
Tercero: al menos dos empleados de Renfe estarían encantados de (no) dar servicio en el vagón de fumadores.

Ya está bien de decir que no se puede hacer nada. No se puede hacer nada porque somos unos borregos y aceptamos que las cosas sean así y nos adaptamos. Pero, por mi parte, se ha acabado. Podemos hacer mucho. Podemos quejarnos. Yo lo voy a hacer cada vez que viaje en tren, que no son pocas. Me voy a dar cinco minutos para ponerles verdes, aún cuando el trayecto sea sólo de una hora. ¡Protesté hasta por el olor a sobaco del vecino! Ya sé que no es culpa de Renfe, pero desde luego no es culpa mía y si yo pudiera, por lo menos, fumar... Sin molestar a nadie.

¿Qué pasaría si cada uno de vosotros, fumadores, pusieráis una queja contra Renfe cada vez que viajarais en tren? ¿Por qué no lo hacemos? ¡Son cinco minutos! Sugiero, como título, parafraseando a Antonio Orejudo, "Desventajas de viajar en tren".

X. Bea-Murguía (estoy que echo humo)

martes, febrero 16, 2010

Por mi mala cabeza

No lo puedo negar. Hay muchos testigos. La noche de carnaval se me alargó hasta el notable y, en un momento dado, por uno de esos inexplicables rebotes de la vida, me vi en la puerta del baile tocando una guitarra desafinada y cantando con más volumen del que precisa la discreción con que me comporto habitualmente. Supongo que es precisamente a esas horas, aunque no hay evidencia científica (ni puta falta que hace), justo antes de percatarse uno de que está haciendo el peor de los ridículos y que más vale acostarse, cuando más neuronas mata la noche.

Me acribillé al menos tres de las diez neuronas que me quedaban y así estuve de machacado ayer, claro. Y el domingo por la tarde, por supuesto, que hasta vi la ceremonia de los Goya entera y me gustó. No se me hizo nada pesada, sería la intermitencia neuronal o que, por una vez, la cosa estuvo bien, moderada, amena y un punto divertida.

Otros, entre ellos mi mujer, cuando llegan a su casa tienen la costumbre de ejercer el pijamismo o el chandalismo, sobre todo para pasar los duros momentos de resaca. Yo no soy ni de una cosa ni de la otra. Chandal no tengo y el pijama me quema, incluso en las mañanas de sábado. Mi mujer me ordena siempre (e insiste y lleva años insistiendo) que me ponga "cómodo", pero yo, que soy un desobediente, con ropa de calle me siento perfectamente cómodo. Me enchufo en las zapatillas de casa, eso sí, y últimamente me ha dado por sujetarme el pelo con una cinta preciosa de color verde sirena de la mar, porque lo tengo ya demasiado largo (me lo voy a cortar ya) y estoy hasta las narices de quitármelo de los ojos. Me queda muy bien... Estoy requete con la cinta... Me da un aspecto, digamos, Guti... Además, el color me hace juego con el delantal y los guantes de fregar.

En resumen, que me voy por las ramas, que prefiero no ponerme el pijama. Además, mucho mejor estar presentable para recibir a la vecina cañón que viene eventualmente a pedir sal y que, cuando le abro la puerta, siempre, siempre, siempre pregunta:

-- ¿Me prestas sal? ¿Está tu mujer en casa?

Que yo no sé por qué tanto interés. ¿Qué querrá tanto venir, tanto venir? ¿Qué querrá hacer este zorrón con tanta sal?

Y después están los "Noays".

Los "noays" son parte de mi cometido doméstico. Del estilo sacar la basura y bajar al trastero, pero en imprevisto. Ya saben cómo es la frase:

-- Habrá que bajar al trastero esta caja que está en medio del pasillo...

Al viento le digo, porque sola, lo que se dice por su propio pie, la caja no va a bajar a ningún sitio. Para estas cosas, conviene estar vestido. Y para los "noays", idem.

-- Noay leche...

Estas referencias, que son subterfugios típicamente femeninos, a las tareas pendientes y carencias del hogar son siempre indirectas e impersonales. Para solventarlas, lo que se precisa es un voluntario.

-- Noay leche... -y si uno no quiere hacerle el cola-cao al niño con nata líquida a la mañana siguiente, se presenta voluntario para ir al Opencor. Para estar preparado para un eventual "noay", mucho mejor estar vestido.

La de anoche fue de este tipo de emergencias. Se nos pasó, sin excusas, que no había cereales para el biberón matutino de la niña, así que me cogí mi flamante Citroën C3 gris-roña y me planté en la farmacia de Literatos, donde siempre consulto el cartelico que anuncia los servicios de guardia. El cartel me enviaba directamente a la farmacia de Oficios. Arranqué mi C3, sujeté mis siete neuronas con el cinturón de seguridad y para allá que me fui. A Oficios.

Llegué a la puerta con la excusa pensada, porque ir a la farmacia de guardia a comprar cereales para el biberón es muy mal rollo. Era una confesión en toda regla, en verdad. Imaginaba al farmacéutico cabreado por tener que atender semejante ridiculez de emergencia y le iba a decir:

-- Es culpa de mi mujer. Yo acabo de llegar de China de un viaje de negocios y me he encontrado con el desastre total. Es mi carga en la vida...- y ya lo que me diera la imaginación, que para las excusas tiene mucho recorrido.

Pero no pude decir nada porque en la farmacia de Oficios no me abrían la puerta. Apreté el timbre varias veces, al principio pausadamente, después con menos intervalo de tiempo entre toque y toque, y más según crecía mi indignación con el servicio de urgencias de Tres Cantos. ¿Cómo puede ser que una farmacia de guardia no te atienda a la primera? Estaría cagando el hombre o a saber qué.

Seguía insistiendo cuando, de pronto, me di cuenta de que la razón era que esa farmacia no estaba de guardia. Tenía que ir al sector Islas.

¡Ay, Dios!, suspiré. Matar neuronas qué malo que es. ¿Por qué coño leería yo Oficios si pone Islas clarísimamente? Farmacia de guardia. Domingo 14 de febrero. Sector Islas. Licenciado Fulanín.

Islas está al otro lado del pueblo. Volvía caminando hacia mi coche, dándole vueltas al neuronicidio y a los domingos de resaca, cuando se presentó la segunda dificultad de la noche: el mando de la llave del coche se negaba a abrirme la puerta. Pasa a veces. No es nada grave. Pueden ser las pilas, puede ser un inhibidor de ondas de la poli, puede ser a saber qué. Metí llave, aunque me da un poco de palo abrir la puerta así porque lo malo que tienen las cerraduras de mi C3 es que, del desuso, están durillas y hay que hacer fuerza para que gire.

Aunque tampoco tanta fuerza. A ver si me lo voy a cargar.

Si en la puerta de la falsa farmacia de guardia eché diez minutillos, un cuarto de hora, ante la puerta de un coche como el mío, pero que no era el mío, no perdí más de cinco minutos. Me costó una luxación de muñeca darme cuenta de que, por más fuerza que hiciera, o rompía el cristal o no entraría en un coche que no me pertenecía. La madre que me trajo.

En estas situaciones, lo peor que puede pasar es que llegue el verdadero dueño con una de las dos conclusiones posibles: o eres un chorizo de coches o tonto del culo. No sucedió tal cosa, pero, por si acaso, mientras buscaba mi coche, que no podía andar muy lejos, pensaba en una excusa para justificar lo injustificable:

-- Discúlpeme, pero acabo de llegar de Buenos Aires de un viaje de negocios y ando un poco despistado. Ya sabe: el jetlag. Es culpa de mi mujer, que se ha despistado y me ha mandado a por los cereales de la niña a última hora.

Porque confesar a un desconocido que me pusieron demasiado hielo en el último cubata... Va a ser que no. Hacerse ver como un marido subyugado despierta siempre un poco de conmiseración.

Tras un breve desconcierto, quise comprobar que, efectivamente, la matrícula del coche no se correspondía con la mía... ¡Es que no acerté en un sólo número! El modelo sí que era el mismo, Citröen C3, en eso no fallé, aunque el color... Bien visto. El mío es gris y este era verde eléctrico sirenita de la mar.

Bueno, era de noche y últimamente he perdido algo de vista.

Mi coche se había escondido, el canalla, muy bien agazapado siguiendo la máxima de que la mejor manera de camuflarse es mostrarse evidente. Estaba en la misma fila, dos coches más allá. ¿Cómo se me puede olvidar en un cuarto de hora dónde he aparcado el coche? Esto me pasa mucho. No tiene nada que ver con las neuronas suicidadas el sábado por la noche, sino, más bien, con las que he ido matando a lo largo de mi vida.

Me fui a la farmacia de Islas con la idea, además, de entrar en algún bar cercano a comprar tabaco. El farmacéutico, por supuesto, ni me echó en cara la visita ni dio pie a excusa alguna que, ya se sabe, si no se solicita es una clara autoinculpación.

Con los cereales ya en la mano, entré en un bar que está justo al lado de la farmacia y que resultó todo un descubrimiento: una peña atlética, llena de banderas rojiblancas por todas partes, con un pantallón enorme para ver el partido (el Atleti-Barça en ese mismo momento). Es decir, que había un llenazo significativo. Tuve que atravesar todo el bar, porque la máquina estaba al fondo del todo, pidiendo paso y disculpándome.

Compré el tabaco y, todavía, me quedaba una visita más: el McDonalds. Algún domingo que otro, sobre todo cuando volvemos del pueblo, la pereza de ponerte a hacer cenas se viste de premio para mi hijo en forma de comida basura. ¿Para qué nos vamos a engañar? Al niño le encanta... Y a sus padres, también, ¡qué coño!

Cuando llegué a casa, después de pasearme por todo el pueblo, de visitar al farmacéutico de Islas, de hacerme un sitio entre una muchedumbre de atléticos exaltados y de hacer cola en el McDonalds, llegó la última gran cagada de la noche. Me vi de paso en el espejo: había salido de casa con la cinta de color verde sirena de la mar puesta en el pelo.

Por mi mala cabeza. Sólo pensar en que he cruzado un bar lleno de atléticos con pintas de Guti se me ponen los pelos de punta.

-- Menos mal -pensé- que no me he encontrado con la vecina que me pide sal.

X. Bea-Murguía (sin neurosis ninguna)

jueves, febrero 11, 2010

El gato que está

¡Menudo madrugón que me estoy metiendo hoy para el pecho!

Me voy a Valencia, a premiar a otro empresario de hostelería, Casa Gijón, de estos que son como un ministerio, un espejismo que la ministra Jiménez se empeña en no ver: 15.000 pavos de inversión para separar espacios en su restaurante que va a tirar a la taza del váter. ¡Está el tío más contento!

Quiero contarles que, de una semana para acá, pulula por las inmediaciones de mi casa un puto gato que me da la serenata, supongo que por sexo, que es el motivo que más mueve a los machos de todas las especies a hacer el gilipollas.

Nunca antes había sido tan consciente del enorme parecido de la llamada a la reproducción de un gato con el llanto nocturno de un niño... El llanto nocturno de MI niña, para el que estoy especialmente sensibilizado, como pueden ustedes comprender.

Conclusión, que me tengo que ir rápidamente:

Que me voy a cagar en la puta madre del gato cuando lo vea y en su raza de folladores. Cojones, si ves que no te funciona, porque no te comes un colín con tanto maullido, busca otra técnica: invita a la gata al cine o algo.
Que cualquier noche de estas salgo al jardín de mi comunidad y le arreo una patada en los huevos.
Que si tuviera una chimbera a mano, le metía un perdigonazo en el culo para que se callara de una puta vez.
Que me la pelan las asociaciones contra el maltrato animal, que yo quiero dormir y el hijo de perra no me deja.
Que si fuera mi vecino, hacía tiempo que habría llamado a la poli.

Y que me cago en Roberto Carlos y el puto gato que está donde coño esté.

X.Bea-Murguía (¡miau!)

lunes, febrero 08, 2010

Merecemos un gobierno que no nos mienta

Sin duda, la noticia de la semana es:

"Muere ahogado al intentar recuperar su móvil de una alcantarilla".

Y dirán ustedes: "Sería un iPhone". Pues no. Era, al parecer, un modelo de bajo coste. Digo yo que lo sabemos porque alguien recuperaría el móvil posteriormente. Lo siento por este señor austriaco, pero la muerte, a veces, también es cosa de risa. Un hecho así diluye definitivamente la frontera entre lo cómico y lo dramático. Hasta la gente que más lo quería habrá pensado: "¡Será gilipollas!".

CLIC

Como suceso es mucho más llamativo que este otro: "Portugal dice que los explosivos atribuidos a ETA son 800 kilos" y no 1.500 como dijo el sábado el Ministerio del Interior. Me acuerdo perfectamente de la frase de Rubalcaba, el 12 de marzo de 2004, cuando, sobre los cadáveres calentitos del 11M dijo aquello de: "Los españoles merecemos un gobierno que no nos mienta".

Tenía toda la razón. Los españoles no nos merecíamos al tartaja de Ángel Aveces mintiendo torpemente, insistiendo con contumacia sobre la tesis falsa e increíble de que había sido ETA la autora de la peor tragedia terrorista sucedida en España, cuando el propio Arnaldo "Hombre de paz" Otegui había salido a la palestra a negarlo. Pero esto... Esto tampoco nos lo merecemos.

Dice Interior que el dato portugués no es incompatible con el que dieron ellos el sábado, que sus 1.500 kilos no es una cifra dicha para apuntarse la medallita rápidamente ni para usar la lucha antiterrorista en su propio beneficio electoral (¡qué va!). Al parecer, las autoridades lusas se refieren al explosivo incautado sin mezclar, es decir, el nitrato de amonio pelado, no preparado para explotar, mientras que el departamento que dirige Rubalcaba computa también en los 1500 kilos el peso del coche bomba.

Esto no es mentir, sino interpretar, porque toda cifra tiene al menos dos lecturas. Si la DGT asegura que uno de cada cuatro menores muertos en accidente de tráfico no llevaba puesto el cinturón de seguridad, tenemos que concluir que tres de cada cuatro sí que lo llevaban. Desde mañana, mis hijos van a ir sueltos en el coche.

X.Bea-Murguía (¡Lunes! Ya queda menos para el viernes)

viernes, febrero 05, 2010

Cadena perpetua

El europeísmo español siempre ha hecho gala de papanatismo acomplejado pavoroso y desmoralizante. Luego viaja uno por Europa y se da cuenta de que no es para tanto, que los holandeses tienen sus cositas, los alemanes las suyas y los fineses, la cadena perpetua (en las ruedas del coche, quiero decir). Que no pasa de ser un tópico aquello de que Europa funciona mejor que España. En algunas cosas sí; en otras, ni de coña.

He de concluir esta introducción (que no sé a qué coño viene) con la conclusión de que, por tanto, no todo lo que viene de Europa es bueno. Algunas, bastantes, están buenas, pero ellos, muchos, están borrachos. Este complejazo, que no afecta a los que apoyamos la tesis de que España se incorpore, cuanto antes, a la Unión de Pueblos Africanos y se deje de tanto aire euro-pedo, nos lleva a pensar que somos la cola de Europa y que todo lo que nos impongan desde la Unión Europeda (la UEle) es progreso. Y no, miren. En muchos, muchos casos, es regreso.

En demasiadas ocasiones, la UE obvia nuestra idiosincrasia y, qué quieren que les diga, por mucho que se empeñen, para bien o para mal, los españoles nunca seremos alemanes y las españolas nunca serán suecas.

En fin, que no sé por qué les he hablado de esto si yo quería mostrar mi oposición a la cadena perpetua. Resumo: nunca, nunca, nunca se debe hacer caso a quien habla por la herida. Por grande y comprensible que sea su dolor, por crueles que hayan sido sus circunstancias, por mucho que su pena despierte en nosotros conmiseración y solidaridad... Hay que legislar en frío. La cadena perpetua no es el final del delito, no garantiza que vosotros y vuestros hijos podáis vivir libre y despreocupadamente. En Estados Unidos hay pena de muerte y, ya ven...

No a la cadena perpetua. Otro día lo hablamos.

X.Bea-Murguía (para cadena perpetua este resfriado que tengo)

martes, febrero 02, 2010

De un optimismo arrollador

Normalmente, soy el típico charlas que le da conversación al taxista. No me sale merendarme media hora de silencio, aliñado con bocinazos e insultos, con un señor con el que, bien mirado, en el fondo comparto un mismo destino. Así que si no ando meditabundo, si no hay algo que me rebota en la cabeza como una bola de goma, tiro de tópico para desengrasar.

-- ¡Qfríoconiiio!

O, al pasar por unas obras (cosa rara en Madrid)

-- ¡Ay si alguien le hubiera regalado al alcalde, de niño, un cubito y una pala!

Porque a todo lo irremediable se le puede encontrar una explicación en la infancia.

Suele coincidir que el taxista, curtido en mil atascos, tiene ganas de marcha y me sigue el rollo. El tema Ruín Gallardón es infalible. Será casualidad pero yo no encuentro un sólo taxista que hable bien de él y casi todos en la línea esperancista.

DIGRESIÓN: Esperanza... Educada en los mejores colegios... MBE... ¡Qué lenguaje de carretero es ese, tan burdo, tan crudo, tan cierto!

El otro día me tocó un taxista que echaba la culpa de todo a la inmigración, estaba a favor de la cadena perpetua, de la pena de muerte y de más lindezas de esa laya y, encima, estaba indignado porque en su pueblo tenían el descaro de llamarle facha... "¡Facha yo! Con Franco esto no pasaba, oiga". Durante el largo trayecto, materializado a irritantes acelerones pero sin pasar de 70 en la M-40, permanecí en un atemorizado silencio. Hay gente a la que es mejor dejar hablar que ya se desacreditan solos (es verdad, Luis).

Al día siguiente del 1-6 del Barcelona en el Bernabeu, había quedado yo en el mismo estadio para comer (en un sitio de cuyo nombre prefiero no acordarme). Entré al taxi y sólo dije:

-- Lléveme a la Zona Cero.

El taxista, que era del Atleti, ni lo dudó... Aquella charla sí que fue grata...

Pero, últimamente, ZP y la ley omnibus (que ningún taxista de Madrid ha conseguido explicarme de manera inteligible) dan más juego que Xavi e Iniesta. Ayer mismo, me tocó un taxista de optimismo arrollador, de estos que cuando entras en el taxi casi te dan ganas de darle el pésame nada más verle la cara... De los de "Señor, Dios mío, llévame de este valle de lágrimas".

-- Voy a ese sitio en el que vamos a acabar todos, como siga la cosa así -le dije.
-- Al tanatorio de la M30.

No me lo preguntó. Me lo dijo así, serio, toda la frase de un sólo golpe de voz grave y monocorde.

-- Eh... Bueno... Yo no sé usted, pero en ese sitio infecto hace mucho que decidí que no me iban a ver el pelo, al menos hasta dentro de unos cuantos años... Digamos... Cien -afirmé con las cejas arqueadas.
-- Como ha dicho usted que le lleve a un sitio donde vamos a acabar todos...
-- Sí, claro... Claro que lo he dicho, pero me refería al INEM... Ya sabe... Condesa de Venadito... Zapatero.
-- ¿Zapatero? No me hable, no me hable...

Y, entonces, sí. Caña, caña, caña. Paro, paro, paro.

X.Bea-Murguía (paro, paro y más paro)