lunes, mayo 05, 2008

El cabracho, ese demersal gilipollas


Queridos amigos,

el cabracho o rascacio es un pez escurridizo de la familia de los demersales, es decir, un elasmobranquio pero que vive cerca del fondo de las zonas del litoral, aunque pueden llegar a encontrarse en profundidades de hasta 500 metros. Los demersales, y concretamente el cabracho, se mueven menos que una compresa con diez grapas y se mantienen en contacto con el fondo, aunque pueden efectuar movimientos migratorios según sus necesidades alimenticias o su ciclo de vida.

En el litoral, algunos peces demeresales (pero no el cabracho, que para esto es cabezón) pueden desplazarse tierra adentro para hacer cortos recorridos antes de regresar al mar. Este paso, de pez anfibio que dio origen a la vida sobre la superficie terrestres, da fe de la antiquísima existencia de los peces demersales, no exactamente del cabracho, por mucha cara de pastel que tenga.

El cabracho es un pez bastante codiciado en la alta cocina y no es infrecuente encontrarlo en las costas levantinas de España. Incluso, sin mirar demasiado, uno puede apreciar bastante hijoputa con cara de cabracho en el atasco camino de la playa, hasta más o menos la altura de Tarancón. En defensa de los demersales, en general, hay que decir que los que te vienen por detrás echando las luces desde Cuenca no son cabrachos, son cabrones (de mierda). Tiene el mismo cociente intelectual, pero en vez de elasmobranquios son elasmobroncas, que es lo mismo pero con un punto más de mala leche.

Los demersales, en general, pero tampoco el cabracho, claro, nadan en la superficie con gran rapidez, dejando en ella una sola estela. El cabracho, menos evolucionado que sus familiares listos, se limita a camuflarse sobre el fondo gracias al mimetismo que le proporcionan sus colores gris y rosa (en verdad no es rosa, es salmón, pero esto no se le puede decir al cabracho porque se lleva muy mal con los salmónidos, por una razón de competencia entre delicatessen), que lo confunden con los fondos rocosos y algares y defienden de sus depredadores que suelen acercarse con un cuchillo para untar y unos panecillos tostados.

O eso cree, porque lo que distingue al cabracho del resto de los demersales es que el cabracho es el tonto de la especie, como el compañero gordo de clase que, jugando al escondite, se parapeta detrás de un chopo recién plantado pensado que no se le asoma el culo (por los dos lados del árbol).

Pues el cabracho es igual que el tonto del escondite. Igualito. Yo no sé si es que el mar Mediterráneo está más muerto que mi bisabuelo Cipriano o si lo que pasa es que sus peces pertenecen a otra especie evolucionada de listos que no esconden detrás del chopo, asomando las aletas por ambos lados, porque no se ve nada de nada de nada... Salvo cabrachos. Uno se sumerge a 18 metros de nada y, enseguida... Ahí, entre las algas, con los ojos cerrados como todos los tontos que creen que si ellos no ven no serán vistos.

-- Anda, cojones, un cabracho -y después se da uno cuenta-. ¡Será gilipollas! ¡Pues no se cree que está mimetizado con el fondo!

Se le ve perfectamente, la mierda de mimetismo que usa el tonto. Dan ganas de cantarle "aunque vengas disfrazao, te conozco bacalao". Da más el cantazo que un alemán en un tablao. Y al cabo de un rato...

-- Anda, cojones, otro cabracho...

Y así.
Pena de cuchillo para untar porque era la hora del aperitivo.

X. Javea-Murguía (aunque también puede ser que con el agua a 16 graditos, los peces decidieran quedarse en casa ese día).

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martes, julio 10, 2007

Empapado

"Sabes mejor que yo que hasta los huesos sólo calan los besos que no has dado". Joaquín Sabina.

Queridos amigos:

ya sé que les dije que les dejaría en paz hasta septiembre, que no les iba a dar más la murga con mis rollos hasta después de las vacaciones, pero entiendan esta entrada como una de esas incursiones prometidas... Mejor no. Cambio de palabra. Prometí “incursiones esporádicas” y ahora prefiero decir “inmersiones esporádicas”.

Me ha pasado algo magnífico. A mí. Al muy cobarde de mí. Y estoy tan contento que quiero contártelo como si sólo estuviéramos tú y yo, imagínalo, recogidos en la intimidad cálida del sonido de nuestra respiración que reina sobre el silencio azul y profundo del mar.

Un mar que no recomienza nunca se mueve por debajo de mí, como un diminuto abismo luminoso, lleno de vida y, sobre mí, el cristal translúcido de la superficie me separa del ruido, filtra la violencia de un mundo que he dejado atrás. No es volar, porque el aire no te abraza ni te sostiene, ni nado ni corto ni atravieso el agua. Floto. Dejo que algo maneje mis hilos con una mano misteriosa y mis movimientos se ralentizan, pero se anticipan a mi pensamiento. Miro despacio a mi alrededor y me siento ajeno a mí mismo. La paz es un suspiro en un tiempo que avanza lánguido, lento pero cóncavo, porque, cuando te quieres dar cuenta, te has sumergido, has besado al mar y has salido, ha sido un instante, rápido pero despacio, como si me hubiera enamorado en el fondo.

Desde luego, algo me ha sucedido, no sé qué, que ahora le dedico cada pensamiento y lo tengo que soltar aquí o, mejor, dejarlo salir despacio de mi boca para que sus burbujas hormigueen ascendiendo por mi cara hasta susurrármelo al oído. Eso sí, que quede entre tú y yo, que nadie sepa que lo que dije en su día lo desdigo. Repito: no es valiente el que desprecia el peligro, sino el que, siendo cobarde, se enfrenta a sus miedos (ROBAR TIEMPO A LA MUERTE).

Y sólo me arrepiento de no haberlo hecho antes, de haberme perdido experiencias inolvidables por mi falta de valor. Tiene razón Sabina: sólo lo que no has hecho antes te empapa de verdad. Hagan como yo, que soy un cobarde y ahora sólo estoy pensando en esa soledad inmensa, pero compartida. Estoy empapado.

En la foto de arriba, mi persona bucea en postura "pofesional", ensayada delante del espejo durante toda la noche para salir bien en la foto (¡qué importante es esto en el buceo!). En esta otra foto, este fin de semana pasado, mi cuñado Miguel, el bombero, que, como pueden ver, está más o menos igual que la morsa que posa a su lado (sólo me falta un bigote como el de Aznar) que soy yo; a mi izquierda, un matrimonio, compañeros de curso, Cristina y Jose Ramón. Abajo, de negro mi hermana pequeña Uxía, a partir de hoy, emocioná, me llaman la emonicioná (cántese con la música de la bienpagá); a su lado Isa, esa instructora con trenzas de irreductible galo (¿cómo se las hará ella sola?), que te habla en diminutivo cuando ve que tienes cara de cacalila: "hay un poco de mar de fondillo" y luego bajas e intentas adoptar una postura medio pasable para hacer los ejercicios y no hay manera porque hay "corrientilla"; y Belén, mi compañera ahí abajo y qué importante es eso.

El año que viene, Bea y yo... Los reyes de la sima. ¿A que sí?

Javier Blanco Urgoiti (pongo mi nombre porque vuelvo a estar de vacaciones hasta el 3 de septiembre)

¡Gracias Isa!

La cita de Sabina, aunque no ilustra el tema muy bien, sirve para que mi hermana Uxía se dé cuenta de que, a veces, no conocemos ni a quien creemos conocer mejor. Te quiero, Uxi.

Hoy es San Cristóbal (¡felicidades!) y hay dos personas mayores que cumplen años, por Dios, y casi me olvido con lo importantes que son ambas: Mariví y Amaya. Muchos besos, amigas.

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