Queridos amigos:
Hoy me voy a destapar un poco. Me voy a mojar porque estoy quemado. Es 16 de agosto y estoy en mi casa de rodríguez provisional (un día y bastante), y
Pérez Touriño acaba de decir que en Galicia han ardido, durante estas dos semanas de infierno, unas 70.000 hectáreas. Ya. Claro. Sólo la zona del pueblo de mi padre, Boiro, la Sierra de Barbanza, ha quedado cubierta de un chapapote negro tan feo y dañíno como el del Prestige. Touriño no menciona los cuatro muertos, ni que el monte tardará años en recuperarse, ni que las mareas de agua salada que han caído desde los hidroaviones sobre las leiras han destrozado las cosechas, han arrastrado carbón negro a los ríos, a las playas, al mar. Tampoco dice que las pavesas, las
charamuscas, flotan sobre el mar formando un chapapote mortal para el marisco, ni que la temporada turística se ha hundido... Si Pérez Touriño quiere resumir estos doce días con una cifra (falsa), a lo mejor es porque no cuenta los
cinco días, cinco, que estuvo de vacaciones mientras su ranchito ardía. Y no me refiero a su casa de Rois, defendida del fuego por un retén en exclusiva. El "facha" estuvo uno cazando y no se lo perdonaron. Estamos prácticamente solos en Madrid, amigos y amigas, así que me voy a alargar bastante... Ya lo advierto.
Galicia es elemental, dicho sea por los cuatro elementos. Supongo que es parte indeleblede su magia. Hasta este año, uno de ellos preponderaba: el agua. Y no sólo por el mar, que allí es la vida misma, también por la lluvia. Hemos pasado no pocos veranos mirando al cielo, tratando de obtener de las estrellas el augurio de un día más de playa, que siempre amanece como un regalo. No todos los meses de agosto hemos tenido la suerte del veraneante de este año. Otros, tarde o temprano, la lluvia ha irrumpido reclamando su cetro, su trono de pino y eucalipto, su corona de tojo y helecho, convirtiéndose en un espejo de suelo que embellece, si cabe, las calles de Santiago de Compostela. Si a ustedes, como a mí, les gusta ver los lugares en su elemento, en Galicia, la lluvia, aunque dé al traste con un aburrido día de playa, invita al esplendor de las piedras.
Y, sin embargo, este año... ¡Fuego! Ya lo saben todos ustedes. Lo han repetido en los medios hasta la arcada, un vómito provocado por algunas declaraciones que han sonado a borborigmo, a diarrea mental popularizada, aunque en directo, sobre el terreno, les garantizo que el asunto es mucho más descorazonador.
Lume, fuego en gallego, es una palabra bonita, más puramente latina. Deriva del neutro
lumen-luminis y comparte etimología con "iluminado". Crepita la lume y crispa el iluminado, como un César Visionario en la puerta de su helicóptero. Crepitación y crispación, ese crep-crisp que suena al fuego comiéndose el monte, crep-crisp, crep-crisp, como si fuera su marca de cereales para el desayuno.
CrepitaciónRegresé en tren a Santiago de Compostela el jueves 10 de agosto, cumpleaños de mi madre, y nada más pasar A Gudiña, el primer pueblo de Orense, me invadió un pensamiento: por el humo se sabe dónde está Galicia. Los políticos, como los sioux, han recordado esta esquina de España, tradicionalmente encerrada en sí misma, inaccesible, auténtica y más alejada de la "metrópoli" que las Indias, por las fogatas de los
vaqueiros. El paisaje era conmovedor y empeoraba según el Talgo se iba acercando a Orense. En la ciudad de las Burgas, fuentes de agua ardiente, una columna negra triunfaba sobre las casas desde poco más allá de uno de los montes que rodea la urbe. Una ciudad rodeada de fuego y montes, como Roma, preguntándose quién es el
Nerón. Más que una densa cortina de humo era una persiana capaz de anular al mismo sol que luchaba por brillar, convertido en un punto rojo rubor, quizá por el esfuerzo por resplandecer a través del poderoso humo.
En Santiago me esperaba toda mi familia. Habían ido a pasar la tarde allí: mi mujer, mi hijo, mi madre, mis hermanas, mi cuñado, mis sobrinos, mis tíos... Su relato de los días pasados me pintó un panorama negro. Estaba atardeciendo. La noche, ayudada por el denso humo gris oscuro, había impuesto su tiniebla antes de tiempo, como si en el Monte do Gozo la Inquisición hubiera quemado vivo a
Jesucristo. Aún así, a pesar de la oscuridad reinante, el camino hasta Padrón se intuía trufado de altas piernas de humo, de tierra ennegrecida, de cunetas y medianas abrasadas, de pinares convertidos en funestos campos de cruces. Una enorme parrillada en el día de
San Lorenzo, una descomunal sanjuanada que ha descompuesto campos y campos de pimientos. El año que viene no picará ninguno. Sencillamente abrumador. Jamás en mi vida había visto nada igual.
De Padrón a Boiro, en la vía rápida del Barbanza, podíamos ver a lo lejos, sobre un monte que supusimos quedaba a la altura de Rianxo, una larga y fina raya roja y naranja en el horizonte. Ya era noche cerrada y su rastro de infierno funcionaba como un faro para conductores perdidos. No dejaba lugar a la duda. La vía rápida iba en esa dirección.
Recordé que había dejado en el tren una conversación a medias con
David Torres. Le llamé y pude radiarle en directo el desolador panorama y la creciente amenaza de un fuego que se nos acercaba.
Beatriz conducía. El niño miraba por la ventanilla en silencio. Hasta él, con cinco años, era capaz de comprender el desastre. Fuimos avanzando hacia Boiro con la vista fija en la
lume que parecía querer cortarnos el paso.
-- "
Está a cien metros de nosotros", decía yo por teléfono. Casi se podía oír con nitidez el crep-crisp, crep-crisp de las llamas devorando el monte.
-- "
¡Joder!", seguía hablando por teléfono. El humo invadía la calzada como una niebla siniestra. El olor, insorportable, llenó el cubículo de hedor a cementerio de árboles. En el cruce con el puente de Catoira, el fuego estaba a cincuenta metros del coche. "
¡Joder!", insistí, "
¡Está aquí mismo! ¡No te lo puedes imaginar!".
Yo estaba tranquilo, aunque quizá pecaba de inconsciente. El fuego corría en paralelo a nosotros, como un conductor que adelanta por la izquierda a toda leche olvidando el carnet por puntos, a veinte metros de nosotros mientras ascendíamos por la sierra camino de Taragoña y Rianxo. Sólo me di cuenta verdaderamente del peligro cuando
Rodrigo, mi hijo, me dijo:
-- "
Papá, tengo miedo".
Miré por la ventanilla. Nunca antes en mi vida había visto una tiniebla tan resplandeciente. Sentí un calor intenso en el costado y colgué el teléfono. Creo que no me despedí. La
lume estaba a cinco metros de nosotros. Cinco, no más, y yo no podía charlar más sobre las chorradas de nuestros gobernantes. Hablábamos del problema como si fuera un desierto lejano, pero ella estaba allí, exhalando su cálido aliento, rozando nuestro coche con la punta de su larga lengua batracia. La frase de mi hijo despertó mi propio temor. El fuego estaba en la misma cuneta de la vía rápida a la altura de Taragoña. Abracé a Rodrigo para mitigar su miedo con el mío y él me clavó sus deditos en el pecho.
-- "
¡Tira, Bea, tira!", creo que dije, aunque ella no lo había dudado en ningún momento. Mi hijo temblaba. Habíamos llegado a un punto en que el fuego estaba cruzando la carretera como un peatón despreocupado e invulnerable. El silencio se apoderó del coche. Las lenguas de fuego lamían nuestro parabrisas como si quisieran engullirnos. Los restos de los tojos, convertidos en bolas de fuego, pasaban de un lado a otro del asfalto prendiéndolo todo, contagiando la enfermedad de la llama al matorral seco.
-- "
¡No se ve nada!", decía Beatriz asustada buscando los antiniebla del coche. La bajada hacia Rianxo se había convertido en una masa gris oscura y negra, un opaco resplandor naranja y rojo. Un puto infierno.
Pasamos. Detrás de nosotros, un camión de bomberos cerró el tráfico por la vía rápida. Enseguida llamaron mi madre y mi tía
Carmen, que habían atravesado el mismo incendio unos minutos antes, para asegurarse de que estábamos bien. Por suerte, sí.
(La foto la sacó mi tía Carmen desde el coche. El que va delante es el coche de mi cuñado
Kike, con mi hermana
Begoña y mis sobrinos. Nosotros íbamos cinco minutos por detrás porque nos pilló un semáforo inoportuno a la salida de la estación de Santiago. Creo que no he exagerado en nada ni el paisaje, ni lo que vimos, ni las sensaciones que tuvimos).
Crispación (desiertos cercanos)Ya no arde Galicia, pero han sido dos semanas de intensos fuegos, avivados por los políticos que prefieren incendiar el debate público antes que poner soluciones que se anticipen a los problemas. De hablar un rato con
Jorge Arjones, el marido de mi prima
Teresa, y con
Caramés, el marido de mi prima
Fer, pude sacar algunas conclusiones. La radio, un experto independiente y un par de políticos, más algún comentario suelto, ha acabado de sentenciar el asunto para mí.
En España se declaran al año 20.000 incendios. La inmensa mayoría quedan relegados a la categoría de conato. Una reacción rápida es fundamental para ello, es decir, una estrategia previa al desastre, que se anticipe a su aparición y permita extinguirlo, allí donde se declare, antes de que tenga una fuerza imparable. No vale con ir a Galicia a hacerse la foto o a decir memeces cuando todo arde. Hay que llegar antes que el pirómano, ser más rápido que la destrucción.
De los 20.000 fuegos anuales, la mitad, 10.000, se producen en Galicia.
¿Son provocados? Siempre o casi siempre. Pero no sólo este año. Todos los años. Intereses, pirómanos, negligencias,
vaqueiros que prenden el monte público para obtener pastos... Entonces, ¿en qué se diferencia este año de anteriores? Al Bloque Nacionalista Gallego le huele a chamusquina, pero ellos son los principales culpables. ¿Qué van a decir? ¿Qué pueden hacer? Echar la culpa al demonio, lanzar un mensaje que no se puede probar, pero que sus filas van a aceptar como bueno pase lo que pase, se investigue o no.
Stalin era de origen gallego y los que en otra hora negra salieron a la calle indignados, hoy se quedan en casa para no hacer el caldo gordo al PP. No les cabe ninguna duda: el PP es el Nerón de Galicia. Este mensaje ha calado hondo y quien no lo dice abiertamente, lo insinúa entre dientes.
Es cierto que este año hay aspectos que hacen que la tipología del incendio sea distinta. El primero es que en Galicia no hay un gobierno bipartito sino dos gobiernos partidos: el del PSOE, que se libra de esta quema, y el de
Anxo Quintana, del BNG. Las consellerías están separadas y los amantes del diálogo apenas se hablan entre ellos. Ni siquiera en gallego. Un desgobierno total.
La Xunta se ha deshecho de todos los efectivos antiincendios que formaban la base de la estrategia previamente diseñada por el gobierno de
Fraga. Ha sustituido la antigua política antilume por una nueva que se basa en dos principios:
1.- Todo el que no apruebe un examen de gallego, aunque lo hable desde la cuna, fuera, a
tomar polo cu.
2.- Entre los mandos y directivos, todo el que no sea del BNG, fuera. No importa la experiencia acumulada o el conocimiento de una estrategia que sí funcionaba. El BNG tiene su propia estrategia de anticipación al fuego mucho más definida, mucho más acertada, basada en un criterio fijo muy preciso: que no es la del PP. Los del PP son unos fachas y tenían una política forestal de fachas.
En definitiva, han quedado sólo el conselleiro y el bombeiro toreiro, que
falan moi ben o galego normativo, eso sí.
Además, la sequía está siendo tremenda. En Boiro hace dos meses que casi no llueve y el monte está inusitadamente seco. El viento ha ayudado bastante, zoando con enorme fuerza estos días en la Rías Baixas. Pero esto no es culpa de la Xunta, claro, es sólo un añadido más a la catástrofe.
Pero a sequía, viento y sectarismo político se une un cuarto factor: la inoperancia. Yo no lo sabía tampoco, pero, al parecer, el ferrocarril es uno de los mayores causantes de incendios forestales. Cuando el tren entra en la ciudad (¿les suena de algo fuegos localizados cerca de núcleos poblacionales?) frena y, al hacerlo, un festival de chispas invade las proximidades de la vía. Si hay sequíay viento, si las vías, las carreteras y las autopistas no están desbrozadas, y si no hay una política antiincendios que se base en un criterio más acertado que "No al PP", ahí tenemos un nuevo foco. Cerquita de una ciudad. Galicia no sólo está seca, no sólo ha habido mucho viento y no sólo está en manos de unos impresentables, además, está llena de hierbas altas y secas que nadie arranca. Parece claro que el monte no se puede desbrozar, no lo aguantaría el presupuesto, pero las autopistas que estos fuegos han cruzado como si les hubieran pintado un paso de cebra, estaban invadidas de hierbajo. Las autopistas y carreteras desbrozadas, entre otras cosas, son eficaces cortafuegos. Las vías de los trenes parecía pesebres preparados para dar lumbre. Ahí tienen la cuarta explicación: los responsables de desbrozar cunetas no lo han hecho en meses, como si le hubieran puesto miguitas de pan al fuego.
El gobierno no tiene la culpa.
Zapatero, pobrecito mío, fue con sus coditos pegados al costado a Galicia a decir que mientras arda el monte el Gobierno en pleno estará allí, diez minutos antes de coger el helicóptero que le llevó de vuelta a sus vacaciones en Lanzarote. Creo que hablaba en sentido figurado. Estará en alma, pero, en cuerpo, ni el de bomberos. Desde luego él no ha prendido la
lume: no sabe ni cómo funciona un mechero.
La ministra
Narbona y el conselleiro de Medio Rural, perteneciente a la parte del gobierno en manos del BNG e independiente del gobierno de la Xunta, no sabían cuántas hectáreas se habían quemado y no tenáin ni puta idea de las causas de los fuegos, pero empezaron a hacer declaraciones, a señalar con el dedo, cuando aún ardían 80 focos, lanzando acusaciones que los más sectarios de sus filas ya creen a pies juntillas. El BNG ha cerrado filas con la misma propaganda que han usado tradicionalmente los etarras,
Castro, Stalin,
Hitler y
Franco: lo que dice la dirección se asume como cierto.
Sólo una vez extinguido el fuego se puede hacer una investigación sobre el terreno para conocer qué o quién lo causó, pero ya hay veintisiete detenidos y los responsables, que no quieren asumir su responsabilidad, ya están hablando de desiertos lejanos, como hizo
Aznar en su comparecencia en la comsión de "investigación" de bambalina que se montó en el Congreso por lo del 11-M. Aquellas declaraciones de Aznar fueron insidias. A mí me indignaron:
-- "
Los responsables de estos atentados no se encuentran en desiertos lejanos".
Todo Dios se le echó encima y con razón. Si Aznar sabía algo que pudiera esclarecer los hechos, su deber era decirlo y no andarse con enigmas y medias palabras. Nada de insinuaciones: hechos. Y digo yo: veintisiete detenidos y todavía no se puede acusar al PP abiertamente. Hay que detener a más gente como sea. Por cierto, ¿para qué coño quema el PP el monte en Galicia si quedan dos años para las elecciones?
El sábado pasado, el peor de todos, el tío más sátrapa del Gobierno, el ministro del Interior
Pérez Rubalcaba dijo: "
estos incendios... vamos a ver si encuentro la terminología adecuada... estratégicos". Para mí que la palabra adecuada venía bien pensadita de casa y que esto es el mismo tipo de insidia que lanzó Aznar en su día. Si sabes algo, denúncialo y que los culpables, sean del PP o del POPÓ, se pudrán en la cárcel si es preciso. Pero Rubalcaba no tiene ni idea. Lo único que hace es cerrar filas, no perder votos, insinuar desiertos cercanos, oscuros intereses políticos encendiendo las llamas.
Sinceramente pienso que el 11-M le va a pasar factura a Rubalcaba, con su escasa memoria histórica, sus doscientos muertos, sus terroristas islamistas y ateos que se inmolan en Leganés en lugar de hacerlo en los mismos trenes, con el cadáver caliente de un GEO que ha ardido sin explicación como si fuera un monte gallego. ¿Por qué un terrorista islamista profanaría una tumba para quemar a un muerto? Pero esto es otra historia que ya no interesa. Ya no queremos saber quién ha sido. Ya nos lo ha dicho
Llamazares y le creemos. Como los incendios en Galicia que nadie quiere saber quién ha sido porque todos los saben ya. El caso está cerrado. Puro Stalin, insisto.
Perdonen el rollo. El miércoles contemporizaba. Entre el jueves y el sábado, recorrí Galicia desde A Gudiña a Orense y Santiago, he cruzado un fuego en Rianxo, he ido a una playa llena de restos quemados de un naufragio forestal en un soleado día que parecía nublado, he visto las columnas de humo sosteniendo una gigantesca nube seca que tapaba el sol, he pasado por un paisaje negro, un desierto cercano, carbonizado, desde Boiro, Rianxo y Padrón hasta Santiago y Ordes y esa desoladora visión me ha encendido. Estoy esperando el movimiento ciudadano, el Nunca Mais, a los intelectuales adeptos, a los actores, a todos los solidarios. El desastre es de unas dimensiones indescriptibles y todos los sectarios que, por desgracia, abundan en este país ya tienen claro quién ha sido, por eso nadie lo pregunta a voces ante la sede del gobierno en el Edificio San Caetano. La memoria histórica es así de selectiva y, por supuesto, aquí no va a dimitir ni Dios.
Ésta es mi larga opinión y mi aventura en Galicia, pero no pretendo sentar cátedra. Sí usted tiene una distinta, sírvase a exponerla libremente. Aquí sí creemos en la libertad de opinión. Aceptamos incluso que usted sea del PP y crea firmemente que el PP ha prendido el monte pero, también, que usted sea del BNG y crea que han metido la pata (esto último está recomendado bajo pseudónimo).
X. Bea-Murguía (si has llegado hasta aquí, enhorabuena)