Queridos amigos,
más allá del tópico, yo no sé por qué será, pero la mejor tortilla siempre es la de la madre de uno, esa gran tortillera. Todos hemos sufrido a amigos cuyas madres serían grandes bolleras, no lo dudo, pero que como tortilleras dejaban mucho que desear, por mucho que sus hijos proclamaran orgullosos:
--
La mejor tortilla, la de mi madre.
Y punto. Aunque después la probabas y te quedabas con ganas de decirle la verdad sobre la tortilla de su madre:
--
Tu madre, a la tortilla, ¿qué le pone exactamente? -porque no acababas de captar la sutil mezcla del huevo, no muy cuajado, con la patata reblandecida, bien porque crujía, bien porque se escondía su sabor entre el quemado y el indefinido.
--
¿Qué? Está buena, ¿verdad?--
¿Quién? ¿Tu madre? Bueno... Tiene una edad, pero...--
No, gilipollas. La tortilla. Que si está buena.
Primer regate, fallido, y como la mejor tortilla siempre es la de la madre de uno y tú no le quieres dar un disgusto a tu amigo, le dices:
--
¿Estás seguro de que esa señora es tu madre? Porque a lo mejor es verdad que la mejor tortilla es la de tu madre, porque tú eres adoptado.
Nunca se sabe.
En mi casa, mi padre se picaba bastante con el tema (Lo cuento ahora que no lo puede leer, porque está esperando a que le conecten Internet en la casa nueva). Lo cierto es que tiene buena mano para la cocina. Muy buena. Innegable. Y se curra una tortilla excelente, pero como las tortillas (envueltas) de mi madre, yo nunca he probado jamás ninguna. Las cosas como son. Mamá, ¡qué tortillas!
Indiscutiblemente, la mejor tortilla, la de mi madre.
El jueves por la noche, mientras esperaba a que mi mujer volviera de currar (tardísimo), me puse yo manos a la tortilla y, miren, les voy a decir la verdad, sin falsa modestia. Me salí. Punto. Ahora se la enseño. Pedazo de tortilla. Siempre he sido yo muy tortillero.
No quiero compararla con la de mi mujer, porque no, porque son dos métodos distintos derivados de dos formas opuestas de entender la vida: la femenina, eminentemente práctica, y la masculina, mucho más metódica.
Es cierto que los hombres, cuando nos toca cocinar, manchamos mucho más. Yo no lo voy a negar: mancho mucho, pero es que nos gusta ser precisos, quizá porque nos falte una pizca de instinto y tengamos que recurrir a la exactitud, al método culinario de Apicio, a la precisión que complementa en parte la falta de buena mano. En mi casa, de todas formas, da igual lo que se manche que después recojo yo siempre, así que no puede haber quejas. Mancho lo que quiero. ¡Qué cojones!
Les voy a desarrollar este caso práctico, de confección de tortilla de patata, para que puedan apreciar la diferencia.
TORTILLA DE PATATA PARA CENA DE MACHOTES EXIGENTESSin olvidarse de dejar un trozo para mamá que vendrá con hambreIngredientes (no nos compliquemos la vida).
Para dos personasELLA:
Tres huevos; una patata grande y una mediana; sal. Un chorro de aceite de oliva.
YO:
Tres huevos más los dos que hacen falta para ponerse semejante mandil; ¿puedo considerar que esta patata es grande? Voy a sacar la báscula...; ¿la sal se echa en las patatas antes de freír, en el huevo antes de batir, en la mezcla de ambos o ya en la sartén? Voy a mirarlo en Google. Medio litro de aceite.
Instrumental (cada función con su órgano)
ELLA:
Un tenedor, un plato llano, una fuente, un cuchillo y una sartén.
YO:
Un pelapatatas, un escurridor, un par de cuchillos o tres, una tabla, un batidor y su señora la batidora, un medidor, una cuchara de sopa, dos cucharillas de café, una cómo se llame con agujeros que sirve para dar la vueltas a las patatas hasta que poten, un tenedor de patas cortas, otro de patas largas, una fuente, un plato hondo, dos llanos, un volteador de tortillas, una sarten, una cuchara de madera, una báscula (opcional), una escuadra (opcional), un cartabón (opcional), una rasqueta, tres o cuatro trapos (depende), un mandil, una brocha y esto otro que no sé qué coño es, pero por si acaso.
Método (no más pragmatismo: fantasía)
ELLA:
Pela las patatas, las lava, las filetea, las fríe despacio. Bate los huevos. Añade la sal. Mezcla bien el huevo con las patatas, convirtiéndolo en un puré homogéneo, mientras se va calentando el aceite. Se echa en la sarten y se la da la vuelta con el plato un par de veces, hasta asegurarse de que está bien cuajada. Se saca y se sirve calentita.
Muy buena. No lo duden. Pero aquí vengo yo,
Agustín Morales, el macho.
YO:
Me pongo el mandil y flipo con lo moderno que soy.
Pelo las patatas con el pelapatatas, aunque es una mierda, pero como me empeñé yo en comprarlo, ni un paso atrás. Pelapatatas a muerte. Dejo las patatas, que parece que las haya pelado a mordiscos, en el escurridor y las lavo concienzudamente con agua bien caliente y que le den por culo al planeta y al cambio climático. Repaso las patatas con la punta del pelapatatas para que queden perfectas, aunque el resultado es que parece que han tenido la viruela.
Con un cuchillo, las corto en filetes que han de ser de exactamente el mismo grosor. En esto soy muy, muy bueno. Podría bajar la escuadra y elcartabón y medirlas. ¡Ay, coño! Me he torcido. Este cuchillo es una mierda. Al fregadero con él. Cojo otro. Tiene mejor pinta. ¡Hostias, es demasiado pequeño y casi me corto! Al fregadero. Otro... Este... No... El jamonero y punto. Cojo la tabla y chas, chas, chas, chas... Perfecto. Algún trozo hay que es más pequeño, pero bien, bien.
¡Anda! Si tenía que haber puesto el aceite a calentar. Bueno, da igual, lo pongo ahora y voy batiendo los huevos. Echo un chorrito... Un poco más... Un poco más... ¡Eh! Bueno, me he pasado... Voy a vaciar un poco en la aceitera... ¿Por qué harán las aceiteras con la boca tan estrecha cuando las sartenes son tan amplias? El aceite está demasiado denso aún y se derrama bastante por el borde de la sartén fallando el objetivo principal. Joder cómo lo he puesto todo. El trapo. ¡Coño, esto lo extiende! ¡Mierda! La bayeta. ¡Agh, qué asco, joder, ahora parece un moco! Al fregadero con los cuchillos. Luego la escurro.
Mi mujer bate los huevos con un tenedor. Por eso la consistencia del huevo batido no es la que debería. Es más práctico, es verdad, pero no es preciso. Cojo el batidor, un plato hondo y los tres huevos. Que sepan todos ustedes que yo casco los huevos con una mano. La técnica es sencilla: se da un golpe seco a la cáscara con el borde del plato, se coloca a media altura sobre el mismo y se fuerza con un movimiento hacia arriba simultáneo del pulgar y del meñique. El huevo se libera y cae. La cáscara se lanza, a lo
Kareem Abdul Jabbar, es decir, de gancho (
skyhook), a la basura. Este gesto es parte intrínseca de la esencia del cocinero machote, que se suele recrear en él radiándolo.
--
Lanza por encima de la cabeza y... ¡CANAST...! ¡Vaya! Estaba la tapa cerrada y aún quedaba bastante huevo dentro de la cáscara. Un trapo. No, esta braga sucia no, que está llena de aceite. Otro trapo. ¿Para qué están las lavadoras?
Otro huevo y déjate de chorradas. El otro. Con una cucharilla de café, se quitan los trocitos de cáscara que han caído dentro del plato. Son escurridizos los jodíos, pero los pescas todos. ¡Hala! La cucharilla al fregadero. ¡A batir! ¿Con un tenedor? No, por Dios, con un batidor, que para eso lo tenemos en el cajón. Precisión. La función y el órgano. Ella, con su tenedor, le da cinco vueltas y ya está. Yo, con el batidor, le doy, le doy, le doy y le doy. Chasca, chasca, chasca. Quiero ponerlo a punto de nieve. Chasca, chasca, chasca. Me estoy poniendo colorado ya del esfuerzo. Chasca, chasca, chasca.
Ese va a ser el secreto de mi tortilla de patata. Chasca, chasca, chasca. De la mía. De la Deliciosa Tortilla de Patata: el huevo a punto de nie... ¡Coño, que se me quema el aceite! ¡Mierda!
¡Me cago en la leche! ¡Joder! Abro la terraza aunque esté nevando para que el olor no me delate. Nuevo aceite. Ahora me voy a quedar mirándolo con ojos de lobo y que no se pase un pelo. Si tuviera un termómetro... Precisión. Porque, así, a ojo, ¿cuándo está el aceite en su punto? ¿Cuando se licúa, cuando salen burbujitas o cuando humea? ¡Bah! Cuando humea. Para dentro las patatas. Le echo sal. Un poco más. Ya no más. ¿Ya o un poco más? No, no más: decido que mejor sosa que salada.
En este punto, sabes que lo importante es que las patatas queden bien fritas, pero que no se doren. No hay ningún secreto. Ella las fríe a fuego lento, pero yo, que soy un innovador, lo que hago es coger el instrumento este con agujeritos (que ahora no recuerdo cómo se llama) y darle más vueltas que a una peonza. Vuelta, vuelta, vuelta. Así no les das tiempo a dorarse. Otra vuelta con el cacharrín este. Se pegan un poco porque la sartén es una mierda, pero no importa. En un momento dado, te das cuentas de que esos trocitos pequeños se están empezando a dorar, así que los vas pescando uno a uno, cosa que no se puede hacer con la espumadera (eso, coño, la espumadera de los cojones, que no me salía), sino con una cucharilla de café. Con la del fregadero no que ha caído encima de la bayeta mocosa. Una cucharilla limpia.
Pesco los trocitos, procurandoo que no se lleven todo el aceite, y los voy echando en el huevo. Cae un poco de aceite. Un poquito, sin importancia, pero yo sigo con mi labor de pesca. En ese momento, como he dejado de marear las patatas, noto que los trozos grandes se están dorando también. ¡No, no! ¡La tortilla crujiente es una ignominia a la que mi honor me impide enfrentarme! Fuera todas las patatas. Cucharilla del café al fregadero y espumadera en mano, tratando de escurrir el máximo de aceite posible, pero, al mismo tiempo, de evacuar la sartén con la mayor celeridad. Algo de aceite cae en el huevo, pero eso no es lo peor. Lo peor es que el plato hondo no tiene capacidad suficiente para toda la patata y el huevo batido y se derrama bastante. Con la mitad de las patatas dorándose en la sarten, la espumadera llena de patatas chorreando aceite sobre la vitrocerámica y el plato hondo derramando huevo, el hombre es capaz de abrir el armario y sacar una fuente para salvar, más o menos, la situación. Es capaz de hacerlo porque en ese momento no está mascando chicle, claro. Si lo estuviera, esto habría sido la hecatombe.
La patata se ha dorado un poco. No mucho, pero la situación de emergencia ha quedado bajo control: huevo y patata están ya en la fuente. El plato hondo va al fregadero, se coge un trapo limpio (la bayeta está fuera de servicio, bajo una pila ya considerable de cacharros) y se limpia el huevo de la encimera y el aceite de la vitro. Hay que volver a vaciar la sartén en la aceitera, pero como ahora está mucho más líquido, no se plantea el problema de antes: al verterlo, no resbala por el borde, sino que se pasa de la boca de la aceitera. ¡Otra vez todo pringado! Bueno, luego lo limpio que ya no quedan trapos en el cajón.
Con un tenedor de patas cortas, se mezcla la patata con el huevo hasta conseguir una masa homogénea. Las patatas no están duras, lo que pasa es que este tenedor es una mierda... Al fregadero.
Con un tenedor de patas largas, se mezcla la patata con el huevo... Al fregadero con la mierda del tenedor. Lo he doblado a lo
Uri Geler.
Con la batidora, se mezcla la patata con el huevo hasta conseguir una masa homogénea. Lo de los hombres, ya se sabe, siempre ha sido la potencia. Este truco se lo tengo que enseñar a mi mujer, porque es maravilloso. Se hace en un pis pas. Tiene un pequeño defecto, que al empezar a batir he esparcido algún salpicón que otro en la pared y en la puerta del microondas, pero como ya no me quedan trapos, luego lo limpio. No es mucho y hay solución: vierto la mezcla en un medidor y bato a placer.
Cuando la patata ha quedado un poco dura, este es un buen truco, porque se hace fosfatina y no se nota nada de nada. Os lo recomiendo. Después, para verter en la sartén, para que no quede nada, se puede rebañar con una cuchara sopera, cuyo último destino es el fregadero.
Una vez batido, es obligado un momento de reflexión: ¿le echo más sal o no? Decido que sí, que un poco más, y bato de nuevo para mezclar bien la sal. Bien mezcladita. Ya está.
Tenía que haber dejado un poco de aceite en la sartén, pero, como yo soy así de chulo, he decidido esparcirlo todo por la encimera. Está de mírame y no me toques. Por no hablar del suelo, que empieza a tener la adherencia de una pista de patinaje.
Aceite nuevo y a tomar por culo. ¿Cuánto? Pues no sé. Un poco. Antes me he pasado, pues ahora me quedo corto. Sobre el aceite, ya humeante, rebaño bien con la cuchara sopera el medidor con la mezcla, de manera que se aproveche todo. Como se ha quedado echo una montaña en el centro de la sartén, con una cuchara de madera, lo reparto por toda la superficie, mientras pienso que, quizá, al echar las patatas en el plato hondo se ha derramado más huevo del que debiera y puede que la mezcla esté demasiado densa. La cuchara de madera va al fregadero, junto con el medidor y la cuchara sopera. Como no me da tiempo a acercarme, la lanzo con chulería, a la virulé. Fallo, por supuesto, pero no pasa nada: las cortinas también se lavan.
La clave en la tortilla de patata, antes que el volteo, es saber cuál es el momento preciso para realizarlo. Como yo lo desconozco completamente, y nunca me he parado a pensar en ello, hago caso a mi instinto. Sin duda, siguiendo en la misma línea de precisión y estilismo, la herramienta adecuada es el volteador de tortillas, ese plato con peana que mi mujer desprecia, porque prefiere arriesgarse a que le salga mal la operación, la más delicada del proceso, con un plato llano normal y corriente. Yo, el volteador. Sin riesgos.
Me quedo mirando la tortilla atentamente, a ver si me hace una señal o me avisa de alguna manera de que es el momento del volteo. Porque, ¿cómo se yo que el lado oculto de la tortilla está ya en su punto? Habrá alguna manera, pero, como no me da tiempo de mirarlo en Google, agarro el instrumento que he denominado "esto otro que no sé qué coño es, pero por si acaso" y levanto un poco los lados para mirar.
No se aprecia nada, salvo que la sartén es una mierda y se ha pegado un poco. Voy a voltear antes de que necesite una rasqueta para sacar la tortilla entera. El volteador se coloca sobre la sartén y, atención, esto es muy importante, se pone la mano izquierda en la peana y con la derecha se coge el asa... No. Al revés. ¿No? Espera. Mano izquierda, mano derecha... Hostias que se me va a quemar. Estaban bien como he dicho al principio. Derecha asa, izquierda peana.
El volteo ha de ser firme y decidido. A la de tres. Una, dos, tres y ya. Ahora.
Sé que están esperando ustedes a que les cuente que se me cayó toda la tortilla. ¡Pues no, listos! La operación fue exitosa, salvo por la parte que se quedó adherida a la sartén, que tampoco era mucho. Con una rasqueta, se recupera lo pegado y, con precisión de cirujano estético, se reconstruye la cara de la tortilla que parece la de un malo de película al que el cutis se le está derritiendo por la acción del ácido sulfúrico. ¡Tiene una pinta! ¡Mmmmmmm!
Estaba claro que había que echar un poco más de aceite, así que antes de deslizar de nuevo la tortilla en la sartén, vertemos un chorrillo, que, además, se va a calentar enseguida, con lo que tampoco supone una enorme pérdida de tiempo. Tardo más, es verdad, pero lo sale mejor. Precisión. Es mi divisa.
Se desliza suavemente la tortilla del volteador y se desdobla como se pueda, con la mano no, que me quemo, con esto no sé para qué sirve, y la vuelvo a repartir por toda la superficie. Se repite la operación de volteo, rascado, reconstrucción, deslizamiento y desdoblamiento un par de veces más...
Finalmente, se coloca la tortilla sobre un plato llano y... ¡Listo! Aunque no del todo.
Todo chef que se precie, adorna su plato con, no sé, una hojita de perejil o un tomatito cherry, algo con buen gusto, porque todo manjar se come antes por el ojo que por la boca. Como yo sé que en mi casa no hay hojas de perejil, ni tomatitos cherry, opto por echar un poco de perejil picado sobre el centro de la tortilla. Na. Una pizca. Inclino el botecito 60 grados sobre el plato y, con el dedo índice, golpeo un poquito para que caiga la mínima expresión, pero como no cae nada, decido inclinarlo un poco más y, entonces... Efectivamente... Se cae la tapa y, con ella, todo el perejil del bote.
Ustedes lo habían previsto, pues creanme que yo tengo tanta fe en mí que jamás pensé que iba a llegar a ser tan torpe. Lo hice. Soy de vídeos de primera.
Pero tengo recursos. No hay problema: para eso hemos cogido la brocha. Se sacude un poco, pis pas, pis pas, se mezcla bien sobre la encimera el perejil picado con el aceite, que luego voy a necesitar el nanas para limpiarlo, porque se queda pegado que da gusto, y ¡CHAN CHAN!.
Tortillaza de impresión.
Tiempo de ejecución (¿Está ya la cena? ¡Un minuto!)
ELLA:
De quince a veinte minutos.
YO (precisión hasta el más mínimo detalle):
Una hora, treinta y tres minutos, cuarenta y dos segundos, sin contar el tiempo que voy a tardar en vaciar el fregadero, rascar el perejil de la encimera y fregar el suelo.
El cabrón desagradecido de mi hijo me dice que la tortilla de mamá está mucho más buena. Es más, me dice que la mía me lo puedo meter por el culo y que si le hago un perrito caliente.
Yo, desconcertado, pienso: "
Lo sabía. Me ha quedado sosa".
PERRITO CALIENTE PARA CENA DE MACHOTES EXIGENTES QUE QUIEREN SALIR DEL PASO.
Ingredientes:
Una salchica de sobre
Un pan de perrito
Ketchup
Método:
Sobre un plato llano, se mete la salchicha en el microondas salpicado de tortilla durante un minuto a máxima potencia.
Se busca un cuchillo limpio, si es que queda alguno, y se parte el pan por la mitad.
Se pone la salchicha en medio procurando no patinar en el suelo aceitoso.
Se añade ketchup a gusto del consumidor.
--
Cómetelo cagando leches y te vas a la cama que Roma no paga a traidores.
X. Ferrá-Adriá (otros hacen lo mismo y les dan premios gastronómicos. Pues para tortilla deconstruida, la mía, qué coño).
PDT: Me comí rápidamente mi tortilla antes de que llegara mi mujer. ¡No estaba sosa! La pena es que no recuerdo cuánta sal he echado, para la próxima vez ser metódico con este aspecto esencial. Bueno, no me sale mentir: la verdad es que no me la comí entera. Probé la del niño y tiré toda la tortilla a la basura, procurando que quedara tapada por los otros restos para que no hubiera evidencia. No se lo digan a mi mujer. Cree que la tortilla estaba tan buena que nos olvidamos de ella. Le hice un perrito caliente para cenar, absolutamente delicioso y comilfó.