José Luis va al punto limpio
todo esto es un suponer, que no es poco, pero pongamos que el sujeto se llama José Luis. José Luis está casado con Jose Luisa, una mujer común que comparte con todas las de su género una capacidad extraordinaria para el dominio del hogar: está en todo siempre mucho antes que su marido. Cuando José Luis va, José Luisa ha vuelto tres veces. Esto es indiscutible. No estamos hablando de compartir tareas, que se comparten como corresponde en casa de los joseluises y ancha es Castilla. Estamos hablando de quién se da cuenta antes de lo que hay que hacer para la buena marcha y administración del hogar y de quién sabe siempre cuál es el mejor modo de materializar esas necesidades. Siempre es Jose Luisa.
Esto pasa en todos los hogares. Ellas tienen más capacidad. Es un hecho.
Al mismo tiempo, José Luisa es incompatible con una serie de tareas. Por ejemplo, ir al trastero. José Luisa no recuerda dónde está el trastero de los joseluises, porque siempre que hay que subir o bajar cajas, da una orden que José Luis acata. O echar gasolina al coche o llevarlo a la ITV o al taller. O ir a un cajero automático. José Luisa tiene la sana costumbre de atracar la cartera de José Luis. O, y ya llegamos al quid de la cuestión, sacar la basura.
José Luisa nunca saca la basura. Es ya una tarea propia del género masculino. Todos los joseluises de España sacan la basura. Vamos, amigos, confiesen. José Luis le deja a José Luisa, en plan treta (¡qué listo es José Luis, coño!) la bolsa de basura preparada de manera que, ese día que José Luisa sale antes de casa, se dé con ella de morros y no tenga más remedio que acarrear con ella hasta el contenedor, pero, o tempora o mores, cuando José Luis, que ese día tiene que llevar a los niños al cole, se dispone a salir de casa con: el carrito de la niña, la mochilita de la niña, la guitarra del niño, la meriendilla del niño, la chaqueta del niño (¡JOSE LUISITO, me cago en tu padre, ven aquí a ponerte el abrigo!), la cartera y la madre que lo parió... Se encuentra con la basura exactamente donde la había dejado.
José Luisa tiene un filtro en la vista que le impide percatarse de que la basura está llena y hay que sacarla. Miren que tiene pituitaria fina, fina para detectar a distancia cuando José Luis se echa al coleto un whisky o dos con un amigote. Eso no se le escapa. Pero el olor de la basura...
José Luis comprende que si José Luisa habitualmente le llama pulpo, no es porque sea un sobón, sino porque siempre tiene un brazo más para llevar la basura al contenedor... Quien no se consuela...
Un día la niña pequeña de los joseluises, en un despiste de su padre, engancha con rapidez felina el teléfono inalámbrico del piso de abajo del hogar de los joseluises y, de la misma, lo lanza a tomar por el culo porque sí, porque, al fin y al cabo, es una mujer y ya le mola dar por el saco a su padre o porque está en esa edad en que le parece divertido jugar al yo lo tiro todo y me descojono mientras mi padre dobla el espinazo para recogerlo.
El teléfono queda hecho trizas. Inservible. No se oye nada, lo que está muy bien, según quien llame, pero no es su función.
José Luis descubre una nueva incompatibilidad del género femenino: ellas pueden ir al Carrefour a comprar bodies y calcetines para los bebés (cosa para la que un hombre es total y absolutamente inútil), pero no se le pasa por la cabeza darse una vuelta por la sección de telefonía para comprar un aparato nuevo. Que no es por el dinero, ni por ser ahorrativas (que lo son). Un inalámbrico cuesta 20 euros. Simplemente, no se le ocurre.
No estamos hablando de hacer la compra, que ustedAs pueden recurrir al argumento de ¿y por qué no va José Luis a hacer la compra y ya, de paso, que coja el teléfono nuevo? No. La compra del hogar de los joseluises se hace... Bueno, un momento... Todo esto es un suponer... Eh... No vayan a pensar que... No no no no... Pero la compra de los joseluises se hace en Mercadona y, por norma general, la hace José Luis padre, a veces... A VECES... acompañado.
José Luisa ha ido al Carrefour exclusivamente a por bodies para la niña. Que, al parecer, son un chollo: un paquete de 3 por 6 euros. A José Luis, cuando José Luisa se lo comenta...
-- Total, para dos meses que los va a usar... Fíjate... Tres bodies por seis euros... Es un chollo...
... la verdad es que le importa un pepino. Lo que le molesta es que hace un mes que la Jose Luisa pequeña apisonó el teléfono de abajo, lo dejó hecho fosfatina y que, cada vez que llaman, hay que salir por patas a buscar el teléfono de arriba.
Porque ésa es otra: el género femenino es incompatible con dejar el inalámbrico en su base. Ellas hablan, cuelgan y lo dejan donde caiga. Después, por la noche, el teléfono se arranca a sonar y suena, suena, suena y sigue sonando y José Luis tiene que andar buscándolo por toda la casa desesperadamente, como si al otro lado del hilo estuviera el gordo de la lotería, que, cuando ya sin resuello lo encuentra, acierta a apretar el botón de descolgar justo, justo en el momento en que el que llamaba ha colgado... ¡DIOS QUÉ RABIA ME DA ESO! Bueno, a mí no, a José Luis.
José Luis baja cabreado, con el teléfono en la mano, lo deja caer en el sofá, cerca de José Luisa con un gesto que ya ella, que es lista, lista, lista, entiende que expresa algo que se ha dicho y se ha repetido muchas veces, pero que sigue sin hacerse. Omitimos esta parte de comunicación no verbal conyugal, porque el matrimonio es conocerse.
Lo que sí dice José Luis, y lleva diciéndolo un mes, es:
-- Tenemos que comprar un teléfono. A ver si me acuerdo -frase en la que está implícito el pensamiento de que tampoco estaría de más que fuera José Luisa la que se acordara, al fin y al cabo, no está escrito en ningún sitio que comprar teléfonos sea una tarea típicamente masculina y, que José Luis sepa, de teléfonos inalámbricos ninguno de los dos entiende una palabra. Se va al Carrefour y se compra uno barato. Punto.
-- Sí, es verdad -responde José Luisa mecánicamente, pero le importa como a José Luis el precio de los bodies-. ¿Quién llamaba?
-- Era tu madre.
Ni que decir tiene quién compra, al cabo de quince días más, el inalámbrico nuevo en el Carrefour.
-- ¿Vienes ya para casa? -le pregunta José Luisa por teléfono cuando José Luis sale de la oficina.
-- Sí, ya voy, pero he pensado que me voy a pasar por el Carrefour a por el teléfono, que estoy harto de correr para cogerlo.
Craso error, claro. Mejor hubiera dicho José Luis que se iba a pasar un momentito por un lupanar.
-- ¡Ah, vale! ¡Genial! Pues oye, José Luis, ya que vas, compra un paquetito de bodies para la niña -le dice José Luisa.
(...)
-- Y unos calcetines, que ya anda mal la pobre.
¿Ustedes han ido alguna vez a la sección de bodies de bebé del Carrefour? Siempre hay cuatro o cinco mujeres delante, en un espacio de un metro cuadrado, revoloteando como cuervos ante un cadáver. Cuando José Luis llega a casa triunfante con el teléfono nuevo (21 euros), le larga el paquetito con los tres bodies a su mujer (muy monos los bodies) y sucede justo lo que espera cualquier marido que suceda cuando vuelve de la guerra:
-- Pero, tío, ¡¡¡¡que son de manga corta!!!! ¡Que estamos en invierno!
-- (Sin palabras. Con cara de tonto).
-- ¡Y esto no son calcetines! ¡Son leotardos!
La sección de bodies y calcetines de bebé del Carrefour es un puto infierno. No hay en ese infierno ni una sola concesión al cielo.
-- Es lo que había -trata de huir José Luis-, pero, mira, mira -y saca el teléfono de la bolsa.
-- Y a mí qué me importa el teléfono. En fin, ya iré yo a cambiarlos. Dame el ticket.
Que piensa José Luis: si ella es consciente de que, al final, le va a tocar ir a comprar los bodies, quiera o no, ¿por qué no va ella directamente, en vez de encargármelos, y, de paso, compra el teléfono? Pero no. La mujer es así de complicada. No intenten que yo lo explique.
José Luis instala el teléfono nuevo y mete el antiguo en la bolsa del Carrefour para tirarlo.
-- Esto hay que llevarlo al punto limpio -le dice José Luisa al viento.
Y como ellas saben administrar mejor que nadie el espacio y el tiempo, de la chistera se saca una plancha que se rompió hace dos años y que, desde entonces, estaba guardada en el hueco de la escalera, la mete en la bolsa y agrega:
-- Y ya que vas, lleva la plancha.
¿Ya que voy? El punto limpio del pueblo tiene una característica muy curiosa: equidista con los dos miembros de cualquier matrimonio que aún conviva. Este es un teorema clásico, que formuló en su día Anaximandro, ese presocrático que estaba hasta los huevos de sacar siempre él la basura. El teorema de la equidistancia del punto limpio continúa vigente. Midan la distancia. Está exactamente igual de lejos para el marido y para la mujer. Ya que vas, dice.
-- Vale. Déjalo ahí. Ya iré -acepta José Luis. Tampoco hay que discutir por todo.
Dos meses después, la bolsa sigue en el mismo sitio, con el teléfono y la plancha. Eso no es bueno, porque, la bolsa del punto limpio es un argumento contundente en cualquier discusión doméstica. Si las desavenencias vienen, por decir algo, por otro sarao nocturno de trabajo, Jose Luisa, al final, siempre dice:
-- Y ahí sigue la bolsa que ibas a llevar al punto limpio.
La bolsa de los cojones. Como una carga explosiva eternamente pendiente de reventar. José Luis coge la bolsa de los cojones y la lleva al coche.
Dos meses después, la bolsa sigue en el coche. A José Luis le da igual, porque ese coche, el pequeño, es el que usa él. Cuando José Luisa necesita un coche, coge el grande, que es también el que se usa cuando van en familia. Pero un día, el coche grande no tiene gasolina.
Os recuerdo una de las premisas de las que hemos arrancado la larguísima entrada de hoy: el género femenino es incompatible con echar gasolina al coche. Yo en esto, estoy con José Luis al cien por cien.
José Luis accede a cambiar de coche ese día con José Luisa porque ni se acuerda de que la carga explosiva sigue puesta, desde hace dos meses, en el asiento de atrás del coche pequeño.
Ese día, por la noche, en algún momento de la conversación y sin que venga a cuento, cae un puñal:
-- Por cierto, José Luis, la bolsa del teléfono sigue en el coche -a los hombres, en el fondo, nos encanta dar motivos a las mujeres para que ellas puedan regodearse en los reproches. Si fuéramos perfectos, se aburrirían o, lo que es peor, buscarían algo que echarnos en cara.
-- ¿Sigue en el coche? ¿Quieres decir que la has visto allí y no la has llevado al punto limpio? -claro, ¿no? Ya hemos contado el teorema de Anaximandro sobre la equidistancia del punto limpio. Y si equidista es que equidista.
-- No tengas morro, tío. Hace un año -esto pasa también, que los números bailan, se ensanchan y encogen dependiendo de la necesidad que tenga la mujer de llevar la razón a cualquier precio- que andas dando vueltas con la bolsa en el coche.
Un año dice. Son cuatro meses. Tampoco es para tanto.
Al cabo de unos días, José Luis, que está hasta las narices del asunto del teléfono (hay que ver la guerra que da el teléfonito), según pasa por un contenedor de basura normal y corriente que pertenece a una comunidad de vecinos desconocida y muy alejada de su casa, se acuerda de la bolsa del Carrefour, mete frenazo, aprieta los warnings, se baja, mira a la derecha, mira a la izquierda y, como no le ve nadie, se deshace del cadáver.
A tomar por el culo. Fin de la controversia. Qué vaya al punto limpio Esperanza Aguirre. No, claro, que Esperanza es mujer. Que vaya su marido.
X. Bea-Murguía (el problema doméstico del reciclado).
Un mes después.
Cuartel general de la patrulla de inspección técnica de basuras para el control y localización de elementos antisociales que se niegan a reciclar de la Comunidad de Madrid. Aquellos cuyo trabajo es multar a las comunidades de vecinos que no reciclan como es debido.
-- Mi sargento, hemos encontrado una plancha y un teléfono inalámbrico en una bolsa de Carrefour en el distrito 9, sector 4, contenedor C.
-- ¡CANALLAS! A esos, me los empapelen.
Etiquetas: doméstico, Esperanza Aguirre, reciclado de basuras