Lo peor del verano
Queridos amigos:
como habrán podido comprobar a lo largo de estos meses, me encantan los juegos de palabras. Guillermo Cabrera Infante, ese monstruo que titula un libro de artículos políticos "Mea Cuba" (no me digan que no es genial), en su "Tres tristes tigres", otro libro que les recomiendo, tiene un personaje delirante, cuyo nombre ahora no recuerdo y no voy a buscar, que se pasa toda la novela haciendo auténticos malabares verbales, muchos de una belleza que denotan un ingenio fuera de serie y una mala uva también extraordinaria. Sobre todo, la primera parte de "La Habana para un infante difunto" es un deshueve propio sólo de un carácter en escabeche.
No hace mucho tiempo que David Torres me habló de un mexicano, Gilberto Prado, que es director de una revista llamada "ArteletrA" y es autor de 9.000 palíndromos, como la cabecera de esa publicación que ustedes pueden apreciar. Entre las frases capicuas que David podía recordar, me dijo una que me encantó: "A la gorda drógala". Sencillamente genial. A mí, en su día, me dio por escurrirme el coco en este difícil arte y tras horas y horas comiéndome un boli y estrujando mi pobre cerebro como una bayeta sucia, di con un palíndromo doble, al que me atreví a poner título (y todo):
Incomprensión conyugal en el Paraíso
-- "A ver, Eva".
-- "Nada, Adán".
El palíndromo nada tiene que ver con los ambigramas de la novela de, chan chan chan, Dan Brown, y no me refiero a la famosa "El Código diez Whiskies", que sugiere el estado lúcido de embriaguez y abuso de usquebaugh bajo cuyos efectos este hombre, futuro Príncipe de Asturias de las Pajas, en buenhora parió su best-seller. Hablo de "Ángeles y demonios", grueso onanismo mental al que dediqué apenas diez minutos, en el que, como pueden ver en el gráfico, Brown desarrolla un misterio que gira alrededor de palabras de significado opuesto que, escritas de una manera retorcida, acaban leyéndose igual por ambos lados, siempre que ustedes le den la vuelta al monitor de su ordenador (sólo mi compañero Julián sabe cómo se hace eso sin usar una palanca, porque es un mago de la infromática). Hay que reconocer en esta historia cierto mérito... de diseño y márketing. El literario, en opinión de este mero lector, como en toda la magna obra de Brown, es escasito, por no decir inexistente. Y paro, que luego me llaman ustedes criticón, sobre todo, mi querido "amigo Edualdo"... ¿Criticón yo?
Dan Brown me persigue en el subsconsciente como lo peor del verano. Hay tantos aspectos del estío que me producen hastío que, ahora que no disfruto como antaño de tres meses de vacaciones, en ocasiones estoy deseando que llegue el otoño. Una de ellas es la mierda de canción con la que te castigan los tímpanos por doquier. La primera vez que fui consciente de esta plaga estacional (y por aquel entonces no existían los móviles que reproducen con voz de lata el tonillo machacón) fue con el "Mami qué será lo que quiere el negro" y les ahorro la gracia fácil. A partir de ahí, himnos tribales en idioma bereber del estilo "Aserejé" o temas de éxito incomprensible, versionados para los más borricos del pueblo, como "Burrería, burrería" de David Nasal, ese "estetor" de la danza (quiero decir, esteta del estertor). Ustedes también lo han sufrido y están hasta las gónadas, ¿verdad?
Como digo, Dan Brown y la canción del verano se apoderan del subsconsciente y uno no puede resistirse, pero si les vienen combinados les garantizo que desearán que la vida sea sueño y que venga alguien a despertarles: "¡SEGISMUNDOOOOO! ¡Despierta, leche, y dejar de dar el coñazo!". Ayer estuve en la piscina, a remojo como los garbanzos, con mi criatura, y como soy muy tiquis miquis para el asunto del cloro, que enseguida me irrita los ojos, me pongo siempre gafas de nadador. Si me vieran de perfil, con las gafas puestas, estoy convencido de que me confundirían con el mismísimo Mark Spitz. Sin duda. O con Johnny Weissmuller. Fui a colocarme las gafas, pero, al estirar la goma, que es donde está impresa la marca Speedo, me di cuenta de que me las iba a poner del revés y los ambigramas de Brown saltaron a mi ojos: leí claramente "opaadS"... (que nadie se levante y se ponga en difícil escorzo para leerlo del revés, que les va a pillar su jefe y no sé si colara que están haciendo ustedes la gimnasia esa postural de la prevención de riesgos laborales. Mi Julián les va a explicar ahora cómo se le da la vuelta al monitor sin tocarlo).
Esa visión rompió mi anhelada paz subacuática, y su relajante silencio. Mi cabeza se convirtió en un disco rayado, un sinfín torturador. El resorte saltó sólo. Fue irrefrenable:
"opaadS"...
"Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" (o lo que hostias diga). "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito" "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito"... "Viasé un corrá, pal pararito y pal pitorrito"
X. Bea-Murguía (Haz el puto corral de los cojones y cállate ya, por Dios, qué cansino).