Queridos amigos,
me gusta tirar de acervo. A pesar de que "
Hombre refranero, hombre majadero", prefiero a la quimera, la voz sensata, campechana y barriguda del prudente
Sancho Panza, sin contar con que ha inspirado el nombre de unos puros de entregado ánimo, sobre todo el Belicoso. Estoy a favor del lugar común, del tópico, de esa sabiduría popular refranera que rompe hielos, ofrece salidas y vale lo mismo para un roto que para un descosido: "
Tanto va el cántaro a la fuente que ya podría venir la fuente alguna vez al cántaro"; "
Quien a buen árbol se arrima, mal rayo le parta"; aquél otro que recitábamos en el cole de "
Dime con quien andas y si está buena me la mandas"; "
A caballo regalado, ya tenemos caballo" y, cómo no, los referentes inevitables al calentamiento global, "
Marzo soleado y abril caluroso, hacen un mayo frío y tormentoso", y al cambio climático, "
Hasta el 40 de mayo, no te pongas el sayo".
Con el que consigo un mayor grado de identificación, por mi condición de madrugador, es "
A quien madruga, Dios le ayuda", que siempre me insufla esperanza y ánimo pronto por la mañanita. Este refrán es mejor aún en su versión
Llano Muriel "
A quien madruga, Dios l'apoya".
Después de un 14 de marzo, digamos, agitado, oficiando de vigilante de unos 3.451 niños (aprox.) en la fiesta de cumpleaños de
Rodrigo, el sábado me levanté a las cinco de la mañana para llevar a mis suegros al aeropuerto. En una ocasión, y sólo en una, en que me comprometí a acercarlos al aeropuerto, como estaba en la oficina currando como curro yo siempre, que es a modo, reconcentrado, intesivamente, produciendo sin descanso, los dejé tirados... Se me olvidó... Sólo fue aquella vez, pero, desde entonces, mi suegro no se fía de mí y no es un reproche que yo lo entiendo perfectamente: yo tampoco me fío un pelo del novio de mi hija
Ana. Ya saben: "
Mata a un suegro y te llamarán matasuegras".
Sin embargo, como a mí no me cuesta trabajo madrugar, que "
Al que madruga, Dios l'apoya", fui puntual, como acostumbro, y a las 5.45 h, estaba en la puerta de su casa... La noche antes, no con poco retintín, mi suegro me había recordado el plantón que les pegué aquel vitando día, pero hete aquí que llego a su casa y, ¡oh!, el despertador les había hecho una mala jugada. Exonerado yo, dudé de si iban a contar o no con la apoyadura de Dios, que es una apoyadura de envergadura (como saben).
Llegamos tarde al aeropuerto, que, ya se sabe, "
vale más que nunca", pero no para convencer a la chica del mostrador de que dejara pasar las maletas. La facturación de equipaje estaba ya cerrada y a mis suegros les quedaban dos opciones: o bien esperar al siguiente vuelo o bien, entrar con lo que les cupiese en la mochila y el
trolley. Como "
Más vale mochila en mano que maleta volando", allí mismo abrieron el maletón rojo de a 40 kilos (por rueda), metieron lo que pudieron en la mochila y el
trolley, me dieron el maletón para que me lo trajera de vuelta a casa y entraron en el control de seguridad.
Al ver el contenido del
trolley de mi suegra, sospeché que el llegar tarde no iba a ser el único problema de la mañana. "
Pilar", le dije, "
dame todo eso que no pasa ni de coña. Te lo van a quitar". Pero para que vean lo útil y lo seria que es la seguridad del aeropuerto, que no es más que una bambalina arbitraria que no sirve para nada, el tipo del scanner le preguntó a mi suegra "
¿Lleva usted comida, señora?".
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Noooo, qué va... Un choricito del pueblo para mi hijo... Nada más...Y pasó, tranquilamente, porque mi suegra tiene una habilidad asombrosa para pasar el control del aeropuerto con un muestrario de viajante de carnicería, que parecía aquello el
trolley del
Descuartizador de Boston. Les aseguro que "
el choricito" para mi cuñao no eran menos de 20 kilos de carne. A lo mejor es que el segurata del aeropuerto pensó "
Choricito que no has de comer, déjalo correr". Con perdón. Son muy serios con la seguridad en el aeropuerto de Madrid. Mucho. Joden mucho al personal, pero son eficaces y eso nos permite viajar muy tranquilos. Muy tranquilos. Es por nuestra seguridad, ¿saben?
Aunque esto se alargue un poco, debo contar algo que sucedió (hay que decirlo) antes de esta ley estúpida "
Deje usted los líquidos que las tiendas del aeropuerto tienen que hacer caja" y que les dará un idea bastante próxima de la habilidad de Pilar: les juro, y que me muera ahora mismo si miento, que yo he ido a Holanda con ella en una ocasión en que pasó, y pasó porque el guardia civil no supo qué protocolo aplicarle (si el de terrorista internacional o el de ONG contra el hambre en el mundo), un cocido madrileño hecho, DENTRO DE SU OLLA, con su sopa, sus fideos, sus garbanzos, su berza y su momio. Completo. Pasó. Lo juro. Nos lo comimos en Rotterdam. Hay testigos. La olla iba en la maleta de mano...
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Señora, por favor, tenga la bondad de abrir su bolsa- dijo el benemérito, serio, profesional y bien plantado... Hasta que vio el cocido y se echó la gorra para atrás con la mano, en claro gesto de perplejidad...
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Es para mi niño-, dijo mi suegra.
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Ah... Oh... Eh... -mano en boca, quizá para detener el aluvión de interjecciones-
. Esto...- se rasca el flequillo que asoma por la visera de la gorra retirada, alucinado, indeciso, el porte tambaleante, porque cuando uno basa toda su seguridad en sí mismo en el convencimiento de que ya lo ha visto todo, aparece mi suegra con la olla del cocido para convertir su ego en fosfatina, en ropavieja.
Tengo para mí que el guardia civil se vio en el aprieto de explicarlo al acabar su turno. El pelota de
Martínez iba a decir a su sargento que ellos habían aprehendido un alijo de coca.
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¿Y usted, Meléndez?--
Hemos aprehendido un cocido madrileño, señor.Y, adelantándose al ridículo, prefirió dejar que mi suegra pasara. El primer cocido de exportación de la historia estaba de muerte, hay que decirlo: a que mi suegra hace un cocido de primera, sumen que todo lo ilegal es más rico.
El sábado, por si acaso sucedía algo con el muestrario de carne, "
más vale prevenir que perder el solomillo", me quedé esperando con el maletón rojo de 40 kilos...
¿40 kilos? ¿Para tres días? ¿Quieren saber qué contenía? Me van a echar una buena bronca por contarlo, pero soy periodista: diré la verdad aunque me la invente... Bueno, lo que recuerde... Había un jamón con su jamonera, dos botes de caldo congelado, dos cajas de salvia, un chorizo, hojaldre para empanada, un montón de latas, albóndigas cocinadas, una botella de anís "El mono", un conejo sin "sollar", una pareja de gallinas ponedoras vivas, una piara de cerdos y un par de boinas de repuesto (de las de rosca).
Les vi pasar el control de seguridad, aunque de mi suegra ya no me sorprende, pero iban apurados de tiempo (¿les he dicho que mi suegro se durmió?). Le mandé un mensaje a mi suegra diciéndole que esperaría en la terminal hasta que me contestaran embarcados que todo estaba ok. Por si acaso y, como "
quien espera desespera", me decidí a comprar el periódico. Eran las seis y media pasadas, más o menos.
Entré en una de las tiendas de prensa y libros del aeropuerto remolcando el maletón de los 40 kilos y, como los pasillos entre estantes son tan estrechos, las gallinas ocupan tanto espacio y "
al que madruga, Dios l'apoya", derribé toda una estantería llena de souvenirs, horteradas, toreros, toros, trajes de faralaes y gilipolleces variadas. Todo a tomar por culo.
Al principio, me quedé mirando mi obra cayendo en cascada como
Peter Sellers el rollo de papel de water en "El guateque". Al cabo de unos segundos, reaccioné e intenté enmendar el destrozo. A veces parezco de vídeos de primera. La chica de la caja vino a echarme una mano (quiero decir a ayudar). Entre las ruinas del terremoto, un amasijo de recuerdos perfectamente olvidable, floreció un oso, con su madroño, con una amputación bien hispánica: le faltaban las dos orejas.
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Una buena faena -le dije a la chica. Perdonen, pero el chiste estaba a huevo. Ese y el siguiente, claro, el que están pensando todos ustedes ahora mismo, en este instante, y que yo, como buen
Alfredo Landa, hice. Ni que decir tiene que, como "
El que rompe, paga", me ofrecí gentilmente a pagar los desperfectos. Lo hice por justicia, pero he de añadir que no descarté que la chica se enrollara bien y me soltara un "
pelillos a la mar". Pero no. Debí de dar con la heredera del dueño de las tiendas del aeropuerto, porque aceptó a la primera y sin pensárselo mucho. 14'90 euros valía la mierda del oso. "
Al que madruga, Dios l'apoya pero bien".
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¿Te lo envuelvo? -me preguntó con un poco de cachondeíto.
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No. Quédatelo de recuerdo.Para eso sirve, ¿no?
X. Bea-Murguía (y no vuelvo por aquí hasta el lunes 24 de marzo. Buena Semana Santa a todos. Besos).
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