Queridos amigos:
¿qué le voy a hacer? Por mucho que me quisiera esforzar, soy hombre y tengo mis cositas de hombre a las que, por supuesto, no renuncio a pesar de que estoy sometido a los rigores de mi tiempo, en el que la moda es ser un macho feminista, como
ZP, y lo bonito es la paridad, la igualdad, la hermandad y la epidural por ley. Me pregunto cuándo aprobarán una ley que impida al hombre mirar el culo de un chica, como un cerdo machista, y que le obligue a planchar la mitad de la colada. ¡Justicia ya!
Soy hombre y reconozco mi debilidad, y no sé si es una falla genética o si acaso será culpa de una socialización secundaria deficiente (es decir, culpa de mi madre), pero hay tareas del hogar para las que soy cazurro, inepto, zote, zopenco, inútil. A ver si el gobierno hace algo, se lo imploro, con mi incapacidad para distinguir el amoniaco de la lejía para ropa de color. Propongo que se obligue a los fabricantes a hacer un doble etiquetado: uno para mi mujer y otro sencillo para mí, donde ponga, con un tipo grande: "
AMONIACO" y sólo "
AMONIACO", y, como mucho, debajo, con una letra más pequeña y entre paréntesis: "
(Tu mujer se refiere a este)".
Ustedes dirán que es cuestión solamente de que preste atención y aprenda y yo, que ya tengo preparado mi argumento, les contesto que lo mismo decía mi profesor de química de segundo de BUP,
Joaquín Mesa, aka
Don Telerín. Hay cosas para las que uno no ha nacido, como si tuviera una atrofia cerebral en el preciso mecanismo que acumula datos sobre materias que carecen de interes para el individuo y esas neuronas se deshicieran solas, cayeran como vietnamitas en una de
Rambo.
Yo lo intento, que es lo importante, y le pongo voluntad. El viernes mismo, fui a la compra. Teníamos una necesidad imperiosa de rellenar la nevera, porque hacía semanas que lo estábamos posponiendo por una pereza alimentada por la falta de tiempo, pero el caldo de balda ya no resultaba sustancioso y la araña del fondo a la derecha empezaba a hacerse la graciosa. Así que fui yo. Y fui solo (ráfaga de música del oeste)... Bueno, mi mujer se empeñó en hacerme una lista, lo que reconozco que ayuda, aunque hay que saber interpretarla.
He hecho la compra mil veces. No hay problema con casi nada. Me conozco el Mercadona como el pasillo de mi casa y soy capaz, incluso, para que vean que no es una cuestión de desidia, hasta de comprar items que figuran en la lista como "
champú del mío" o "
mascarilla de pelo de almendras" sin equivocarme (¡un aplauso!). Pero hay dos secciones donde no soy yo. Una es la citada de limpieza de hogar. Siempre me asaltan las dudas. Los botes de colores me miran con aversión. No es que se me dé mal, es que noto su mirada agresiva y me doy cuenta de que no soy bienvenido a ese pasillo. La otra, la verdura.
Aún así, voy con mi lista por el Mercadona sin ningún complejo. Entiendo que eso me hace ser un hombre no interesante para muchas mujeres, que no ven en mí el estereotipo del pavo independiente que sabe distinguir la rúcula del brécol, que camina por los pasillo del supermercado como si no fuera un espacio hostil para él. Yo, con toda la naturalidad que puedo, cojo los calabacines y los sopeso, los observo atentamente e, incluso, descarto alguna bandeja para sopesar otro lote. Lo hago para compensar. Imagino que la que, al verme manejarme con torpeza y lista, ha deducido que soy un marido retrógrado de película de los sesenta, verá que, en verdad, soy un tipo con mala memoria pero que tiene criterio a la hora de elegir los calabacines. Sin embargo, lo que yo estoy pensando es: "
¿Esto es un calabacín o un pepino?". Cuando dejo la bandeja en su sitio, es porque he llegado a la conclusión de que son pepinos, pero cuando cojo otra, es que los he visto mejor y, efectivamente, son calabacines.
Soy hombre. ¿Qué le voy a hacer? Intento ser menos hombre, pero no puedo. Finalmente me decanto por los calabacines, los dejo en mi carro y cuando levanto la mirada, como soy hombre, veo un culo que también metería en el carro, junto al amoniaco y los... ¡coño! ¡Que son pepinos! Los vuelvo a dejar en la cámara. El culo está eligiendo una coliflor, o quizá sea berza, y yo vuelvo a coger los pepinos que, definitivamente, me parecen calabacines y vuelvo a mirar el culo, que muestra, demasiado asomado por el bolsillo del pantalón, un tiquet de aparcamiento a punto de suicidarse.
¿Qué hago? ¿Aviso a la chica de que va a perder el tiquet? No. Definitivamente, no. Los hombres de la ley de igualdad, cuando hacemos la compra, no miramos el culo a las chicas. No quiero ser un fuera de la ley.
X. Bea-Murguía (el fuera de la ley).
Amigos, hombretones, pobladores de este mundo de
Lorenas Bobbit, recuerden mi lema: "¡Macho, machote, reclama tu cipote!".
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